miércoles, 12 de septiembre de 2012

283,39

Alberto cuenta todas sus carreras por victorias. Prepara cada competición con esmero, entrenando cada detalle, dándose cuenta de sus potencialidades mientras trabaja para mejorar cada día sus debilidades. Cronometra cada sesión y atendiendo a unas determinadas cifras, así planifica el siguiente. 10 km, 45 minutos, 42 segundos; 24 km, 1 hora, 53 minutos, 32 segundos… Mide su pulso, controla la respiración, mira al frente, se hidrata, relaja músculos y vuelve a atacar. A su llegada a meta, resume: número de calorías quemadas, grado de reducción de grasa, distancia recorrida, total de metas alcanzadas en un tiempo determinado, cantidad de días empleados, maratón o media maratón, asfalto o tierra, tipo de calzado…
Todos nos movemos al son del insulso baile de los números y cálculos. Ansiamos un marcador a favor, buscamos esperanzados una medida favorable en la báscula; cuando llegamos al cajero automático, lo hacemos con el vértigo que la incertidumbre nos brinda en su forma más siniestra. Nada más levantarnos, el reloj nos muestra dos números con sus agujas hitlerianas y nos apremia para que no lleguemos tarde a la fiesta de las máquinas.
Los números también abren y cierran etapas. Mañana se cumplen 6 meses desde que una sola cifra, concretamente 283,39, cerrara la primera en esta ciudad. Primer periodo construido en 892 días, que culminó con un apretón de manos tan frío como las mismas matemáticas, falto de toda emoción como el cerebro de un gerente, gris moribundo, que iría directamente al desván de la memoria donde se acumulan objetos llenos de polvo y telarañas. ¿Por qué recuperar ahora este cambio de ciclo? Quizá lleve 6 meses esperando el comienzo de otra vida que no acaba de llegar. Ya son 185 días llenos de proyectos, con las fechas amontonadas en la agenda: 14 de junio, 5 de julio, 16 de julio, 27 de julio, 23 de septiembre, 27 de octubre… Y esto no termina de explotar en mil pedazos. Es desesperante escuchar el tic tac del dispositivo, sin marcha atrás, crudamente rítmico en medio del silencio, el sudor bajando por la mejilla, la espera eterna… Nada ocurre. Es inútil distinguir el cable rojo del azul. Ninguno sirve.
La ventaja de prepararse para las metas, es que aprendes a guardar las buenas sensaciones que te dejan los datos recibidos desde las salidas. Como en una operación a corazón abierto, seleccionamos con un preciso bisturí los “momentos de calidad” –Dani dixit- de entre las entrañas sangrantes. Entonces resumimos: el tiempo de felicidad pasó volando, las preocupaciones alargan las horas, relación de ideas culminadas, trabajo bien y mal hecho, lista de ilusiones alcanzadas, cantidad de escombros para retirar. Necesitamos ser conscientes de la ventaja que supone querer superar la idea de ayer para que el esfuerzo de mañana valga la pena. Lo bueno de los números es que miden los logros, cronometran nuestro ritmo, aceleran nuestra desidia, anulan los obstáculos y nos avisan para esprintar cuando el sudor en los ojos nos impide ver la meta.
Lo malo, es cuando el cronómetro te insulta con sus números detenidos.