viernes, 28 de diciembre de 2012

Memoria al óleo

Desde la luna se ve la tierra encendida por estas fechas y es ahora cuando uno no puede evitar resumir, reflexionar, reconstruir lo vivido. Así se reflejan momentos iluminados sobre destellos repartidos por el paisaje de la memoria. En las mañanas de estos días, cuando la niebla de fuera se transforma en una pantalla de cine, proyecta en su cuerpo blanco golpes directos a la mandíbula, explosiones de alegría desbordada e inconsciente, valles sombríos con pequeños rayos de luz, historias con finales abortados, viajes a mundos antiguos, o simplemente, prados verdes en calma. Comienzos, ausencias, distancias…
Se perfilan ya las últimas vetas de este cuadro que ha sido 2012. En esta obra de arte aparece un paisaje dividido en dos partes bien diferenciadas. En la primera la casa de Morfeo tiene todos sus sueños en los hornos, encendidos a temperatura máxima. Velázquez tiene muchas sombras y sus cinco meninas mutaron durante meses, intentando destapar las miserias del maestro al tiempo que hacían equilibrios sobre tacones de aguja. Al final, el mimbre quedó deteriorado, sepultado bajo el talco y la sombra de ojos. Habrá tiempo de renovar el maquillaje.
En la segunda sección de la obra se encuentra el gran precipicio que todo lo revoluciona con su cambio brusco de altura. La espuma aúlla en sus pies de roca y su torso desafía al mismo viento. En él nace y muere la tierra; en él nace y muere el mar. Es ahí donde todo se ha dicho, donde todo está por decir; donde la hierba queda desabrida. En un segundo. Es ahí donde las miradas sentencian y las manos actúan. Donde se ríe entre lágrimas y se llora de pena. El tiempo se detiene en este lugar sin margen para las dudas, sin límite de ideas. En su balcón termina una carretera llena de estaciones de servicio, de irrupciones constantes. De curvas.
En los tonos claroscuros de la composición habitan los recuerdos estilizados por hermanas de verdad, amigos de mentira y demonios de cera. Las huellas de una playa se entrecruzan hasta perder su destino. Tapando el sol, un joven de quince años no cesa de remar contra la marea. El trazo de su figura es dinámico, rebosa ímpetu, brío. Muestra una lucha constante para entender el océano que se extiende ante su vista. Parece avanzar por el lienzo. Dibuja a su paso, nuevos lienzos.
Un cuadro extraño en el que se adivinan personas nuevas, poderosas hasta el límite de encender el mundo dando forma a sueños prohibidos, personas duras y vacías de todo derecho, que surcan ese océano con fardos repletos de lo único que poseen; gente amada y etiquetada en imágenes .jpg, vagabundos con chaqueta y corbata; personas ocultas detrás de lentes fotográficas; personas que no ríen, destilan risa, que no hablan, elaboran palabras, que no tocan, acarician. Veo una amiga que vence una vez más al tiempo en una colina desde donde divisa lo conquistado. A su lado, otra sigue empeñada en encontrar la felicidad mientras olvida que la tiene en los bolsillos. Por todo el paisaje aparecen madres con sus primeros hijos, dispuestas a regalar todos los colores que ellas han visto. Padres postizos que sobreviven en luchas titánicas consigo mismos y padres nuevos que, tras buscar las palabras para explicar lo que sienten, las encuentran: “Tienen que inventar una palabra para definir esto…”
Termina el cuadro y llega la hora de firmarlo. Con paso lento retrocedo para mirarlo por última vez mientras la imagen se desvanece entre la niebla de estos días, precisamente estos días. Ante su inmensidad me deslizo decidido, sin titubear hacia el siguiente.
-¿Y el miedo?
El miedo es libre y desenfadado, pero los sueños también.