Te fuiste tras mis tres años de vida, con lo que no tuve tiempo de echarte de menos. Tampoco pude recordarte antes, ni puedo recordarte ahora, ni te recordaré nunca. Hace un año también fue 19 de marzo, tu día, y sin embargo no me acordé de ti. No me preguntes por qué, yo tampoco lo se, pero este año sí lo he hecho.
He rememorado tus fotos, esa en la que haces una mueca a tu esposa, o esa otra en la que abrazas a tu otra hija. Pero sobre todo, he tenido presente el cuadro del salón de casa en el que apareces retratado, gracias al cual siempre has estado. Permaneces aún habiéndote ido. Tu hermana de Sevilla derrama lágrimas cada vez que me ve, y emocionada me dice que soy "clavaíto" a ti. Tus antiguos compañeros de trabajo me han abordado toda mi vida para decirme lo iguales que somos. Y tu esposa me ha contado alguna vez lo que querías a la gente, cómo la amabas a ella y cómo sufría por ti; tus bromas continuas, tu alegría o tu nefasta manera de cuidarte. La foto más valiosa que tengo es una en blanco y negro, en la que estás vestido con un pantalón gris y una camisa color claro, mirando al objetivo cegado por la luz del sol. Cuando observo esa imagen, es como si me viera en un espejo del tiempo.
Pero lo mejor son los sueños. Cuando transcurren los días y de pronto una mañana, cuando menos lo espero, recuerdo que te he soñado, y apareces tan real que para mí, eres real. Y una pizca de nostalgia que dura lo que un café me invade, y me hace desear volver a verte por la noche. Nunca he creído conscientemente en la "otra vida", pero por suerte todas las pistas me llevan a ti, que no estás aquí abajo. Creo en ti, porque sigues aquí, callado y sin dar guerra. Aquí dentro.
Siempre estás presente, y siempre lo estarás.
FELICIDADES.
sábado, 20 de marzo de 2010
domingo, 7 de marzo de 2010
La vereda de los elefantes
Solamente los enseres personales faltaban por recoger. Al llegar estaba todo pulcro, la mano de Juani siempre se nota; sobre mi mesa, todo perfectamente ordenado: el lapicero, el cenicero limpio de colillas, papeles varios, llaves de camerinos, un libro enviado desde Molins de Rei, tarjetas recién hechas con mi nombre completo... Para seguir con la tónica he ido solo, lo quería así. Sin despedidas, sin abrazos. Tampoco había otra opción.
La puerta pequeña de salida no permite la entrada a nadie más que a mí. Iba cargando con los retales de mis recuerdos adormecidos, enrollados durante un mes y medio, y que hoy han repuntado la resaca en mi cabeza y en mis piernas. Todo esta listo ya. El centro sigue como si nada, recopilando la historia haciendo historia, pero sin recordar a nadie que no tenga nombre y apellidos. Pasen y vean, pero solo los que lo merezcan.
Los proyectos tienen que salir por bemoles, sin importar las personas que muevan los hilos detrás de ellos, pisando fuerte la hierba del camino, aplastándola y matando toda vida que en ella habite, como Haníbal y su ejército milenario.
Al salir del piso y con mi mente luchando por soportar el dolor de cabeza, me dio la sensación, a pesar del orden aparente, de estar saliendo de un lugar que había ardido mes y medio antes. Fui a recoger lo poco que se salvó de las llamas y la asfixia que provocó la humareda de los últimos días. Sin embargo, algo se quedó allí dentro: una carpeta titulada "Musiquita pal alma". No tuve tiempo ni fuerzas para llevármela, y aparcando ya cerca de mi casa, en Badajoz, comencé a pensar de nuevo en positivo y decidí que había sido una gran opción. Dejar algo de esencia, de un espíritu benigno en aquel despacho, era lo único que la sangre, hirviente de rabia todavía, me dejó hacer.
Un poco de lucidez entre tanta locura. Mi pequeño pedazo de justicia, un atisbo tan insignificante como la flor aplastada por las pisadas de un paquidermo, pero tan valioso como la semilla que años atrás dio vida a esa flor.
Todo lo que provoca rencor, no debería haber existido nunca. Pero se reconocer lo que se salvó del fuego, y me hace muy feliz saber que lo sigo conservando.
La puerta pequeña de salida no permite la entrada a nadie más que a mí. Iba cargando con los retales de mis recuerdos adormecidos, enrollados durante un mes y medio, y que hoy han repuntado la resaca en mi cabeza y en mis piernas. Todo esta listo ya. El centro sigue como si nada, recopilando la historia haciendo historia, pero sin recordar a nadie que no tenga nombre y apellidos. Pasen y vean, pero solo los que lo merezcan.
Los proyectos tienen que salir por bemoles, sin importar las personas que muevan los hilos detrás de ellos, pisando fuerte la hierba del camino, aplastándola y matando toda vida que en ella habite, como Haníbal y su ejército milenario.
Al salir del piso y con mi mente luchando por soportar el dolor de cabeza, me dio la sensación, a pesar del orden aparente, de estar saliendo de un lugar que había ardido mes y medio antes. Fui a recoger lo poco que se salvó de las llamas y la asfixia que provocó la humareda de los últimos días. Sin embargo, algo se quedó allí dentro: una carpeta titulada "Musiquita pal alma". No tuve tiempo ni fuerzas para llevármela, y aparcando ya cerca de mi casa, en Badajoz, comencé a pensar de nuevo en positivo y decidí que había sido una gran opción. Dejar algo de esencia, de un espíritu benigno en aquel despacho, era lo único que la sangre, hirviente de rabia todavía, me dejó hacer.
Un poco de lucidez entre tanta locura. Mi pequeño pedazo de justicia, un atisbo tan insignificante como la flor aplastada por las pisadas de un paquidermo, pero tan valioso como la semilla que años atrás dio vida a esa flor.
Todo lo que provoca rencor, no debería haber existido nunca. Pero se reconocer lo que se salvó del fuego, y me hace muy feliz saber que lo sigo conservando.
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