martes, 26 de julio de 2011

Blanco sobre blanco



Al cruzar el umbral, solté tu mano para caminar solo la cuesta abajo. Me metí las manos en los bolsillos y comencé a observar las inmensas fotografías que la recorrían en su parte izquierda, hasta las dos personas que esperaban al final, para cortar las blancas entradas de este año. A la derecha, te conté que esa terraza fue testigo de muchas risas mojadas, mientras observaba la nueva decoración, con unos asientos y mesas relucientemente blancos, y unas lámparas igualmente blancas. Me sorprendió encontrar a otras dos personas un poco más abajo, regalándonos un programa que hasta ese momento, todavía no había visto. El fondo del diseño era blanco puro. Y el uniforme, tanto de estas dos personas como de las anteriores, también. Ya incluso antes de entrar, me fijé en las chapas de Rubén y Javi, cuyo fondo era blanco impoluto. Era como si alguien se hubiera encargado de hacer una limpieza total, de todo. Como si un pintor se hubiera dedicado a ocultar una pared desconchada, sucia y encantadoramente añeja.
El calor que las piedras guardaban de todo el día, me hizo pensar en mi paso fugaz por allí. La tensión que me acompañó hasta llegar a mi asiento, desapareció cuando recorrí con la mirada la escena completa, desde el mismo centro. Permanece tan grandiosa como siempre, superándonos a todos, pero solo la pude observar desde el lugar más alto, allá en la oscuridad, desde donde todo está demasiado lejos, desde donde todo es tan ajeno. Me hice invisible contigo y tu silencio cómplice, sin darme cuenta, para sentirme sin proponérmelo, más tranquilo.
Los diez minutos antes del comienzo del espectáculo, me sirvieron para hacer un sencillo juego de espejos, en el que solo tuve que mirar al frente para observarme en varias escenas de otra vida, lejana, allá abajo, a donde sólo llega el calor de los focos. De pronto, la luz de sala se fue, y decidí acompañar a las Heroidas en su viaje. Me asaltó una emoción inesperada al escuchar varias veces la frase “dicen de mí”, quizá porque esas tres palabras han sido mi debilidad más determinante en toda mi vida.
Y terminé tan enredado en mis recuerdos, como las actrices acróbatas en sus gasas.