miércoles, 10 de septiembre de 2014

La nana del mar


A la nana, nanita nana, a la nana, nana del mar
En tu barquita de arena yo me voy a navegar,
La orillita se estremece con tus huellas de coral
Y tus rizos enredados se visten de espuma y sal

Ya vienen las olas del viento a tu pelo
que nenen, que nenen” me cantas con miedo
tu dedo estirado señala hacia el cielo
y solo la arena se entera del viento.

A la nana, nanita nana, a la nana, nana del mar
En tu barquita de arena yo me voy a navegar,
La orillita se estremece con tus huellas de coral
Y tus rizos enredados se visten de espuma y sal.

Corriendo dibujas tus huellas chiquillas
Tu gritas y gritas yo fuerte te beso
Las olas se mueren y nacen de nuevo
Y “ala que ala” y “uuú” y te quiero

A la nana, nanita nana, a la nana, nana del mar
En tu barquita de arena yo me voy a navegar,
La orillita se estremece con tus huellas de coral
Y tus rizos enredados se visten de espuma y sal

Tus ojos llorosos me mojan el pelo
Te abrazo y te estrujo y te me metes dentro
Tus piernitas lindas anhelan el suelo
Corriendo me dejas, me convierto en hielo.

De noche te duermes y enredo en tus dedos
la luna te mira y se muere de celos
las luces titilan allá a lo lejos
espantados huyen toditos tus miedos

A la nana, nanita nana, a la nana, nana del mar
En tu barquita de arena yo me voy a navegar,
La orillita se estremece con tus huellas de coral
Y tus rizos enredados se visten de espuma y sal.

Para ti, solo para ti.

martes, 9 de septiembre de 2014

Los que importan

Lo primero que entró por mi vista cuando conocí a Jaime fue el ejército de cables y medicinas que sustentaban la levedad de su cuerpo curvado. La persona que había detrás llegó tan sólo unas horas más tarde, cuando interioricé el funcionamiento de cada una de las piezas de ese engranaje diabólico y Jaime pasó a ser el “mejor de mis problemas”. En esas pocas horas, lo poco que puedo aborrecer en este trabajo y que va unido a inseguridades propias me volteó el corazón, enérgico en su camino circular por la piscina. El bloqueo fue total. Intenté luchar contra mis fantasmas, esos que me persiguen hace tiempo y que por suerte sé situar bien en el mapa. Pensé en la rutina que creía inminente pero los días pasaron y se convirtió en un parque de atracciones con un circo de los horrores dentro. Las risas nocturnas mitigaban el desierto de esos días, lentos y rápidos a la vez, en un extraño pliegue de tiempo encerrado en este verano raramente emocionante.
He aprendido muchas cosas en dos semanas. En mi maleta han regresado más errores que aciertos que el tiempo, seguro, me irá mostrando en un espejo. Sin embargo, un gran acierto puede ocultar con un dedo el peor de los fallos y el mío creo que es la convicción tan profunda que siento a la hora de interactuar con semejantes tan distintos, tratándolos como si fuera yo el apoyado, el que les necesita. Es en ese detalle donde uno se acerca a ellos, tan diferentes y tan iguales como lo puedo ser yo con respecto a cualquier otra persona. Ahí está la magia. En el milagro de ver al diferente a ti como igual a ti. Simple ¿no? Pues no queremos verlo.

He vivido la mitad de mi vida. En el mejor de los casos me queda otra mitad que afronto con más dudas que certezas. La segunda parte de esa mitad de mi trayectoria la he pasado con ellos. Ahora mismo la perspectiva de tanto tiempo es más fuerte que el esfuerzo de vivir el día a día, semana a semana. Me puede, me duele ver cambios prefabricados que no tenían por qué haber ocurrido y me desconcierta mucho la enorme incapacidad existente para reconocer nuestra parte de responsabilidad. Algo brutal, la envidia de todo aquel que no conocía esta experiencia, se ha transformado en un medio para sobrevivir hasta que llegue algo mejor. En un currelo más. No quiero que se me entienda mal, ojo, en los tiempos que corren sería de necios no valorar eso. Pero a mí me va la marcha, me va lo que me iba hace años y que ahora está enterrado sobre escombros de aplastante practicidad. Supongo que es la vida, que cuando crecemos irremediablemente todo pierde color, tras tantos lavados. Pero yo sigo necesitando sorprender, sorprenderme, estremecerme con un gesto, reírme con una simple ducha de manguera o volar con la imaginación a una comunidad de vecinas con piscina comunitaria y chinchorrera. No sé, lo que sea. Pero que tenga vida. Que tenga alma y te provoque síndrome de abstinencia. No quiero pensar que he perdido para siempre la oportunidad de disfrutar con mi trabajo, de apasionarme con mi trabajo.
Sigo viendo las cosas de antes, por supuesto, no soy de piedra y el tiempo, a pesar de ser mi enemigo, me da bastantes treguas. Sigo asistiendo a milagros de comunicación con alguien que en un principio, parece venido de Marte o simplemente me asusta. No pasa nada si algo nos asusta, lo raro sería que nada nos afectara. Sigo necesitando complicidades completas, con compañeros que te enseñen sin parar. Pequeños momentos dulces para guardar con celo como los ocurridos esto catorce días y que en su mayoría poco o nada tienen que ver con lo profesional, lo cual está de más debatirlo.

He pensado mucho en los quince años que llevo siendo especial al lado de personas diferentes. Como homenaje, creo que ellos y yo nos merecemos una reflexión calmada que comience en los distorsionados orígenes de todo esto. He comprendido que hay profesiones cuyo carácter efímero debemos asumir. Todos sentimos que pertenecemos a algo hasta que dejamos de sentirlo. Entonces solo te queda hacer balance, que a estas alturas tampoco está tan mal. Es más, creo con fuerza que es lo más justo y bello que podemos hacer por ellos, por los especiales. Los que importan. 

viernes, 18 de julio de 2014

La guitarra de cinco cuerdas

Había una vez un anciano experto con sus manos que vivía en un pequeño pueblo de montaña. Apenas cincuenta habitantes se repartían las tareas del día y vivían de sus prados y sus animales. El anciano, además de cuidar su huerto con mimo y dedicación, reparaba todo lo que sus vecinos le traían al taller, situado en su propia casa, donde también fabricaba toda clase de objetos con multitud de materiales. En cierta época se interesó por la música, tan ausente en aquel lugar alejado del mundo y decidió fabricar guitarras clásicas. Fue tan exitosa su idea, que pronto empezaron a llegar visitantes de otras poblaciones, atraídos por el arte con que el anciano elaboraba los preciosos instrumentos que empezaron a resonar por toda la región. Así transcurrieron varios años de prosperidad para el artista de las manos.

Con el tiempo, el anciano fue perdiendo facultades. La vista y la destreza manual fueron mermando, con lo que no tuvo más remedio que rechazar cada vez más encargos. Casualmente en esos días llegó al pueblo un excéntrico músico, atraído por la fama del artesano de las guitarras y le hizo un encargo.
-Necesito una gran guitarra, una especial con la que pueda irme de gira el próximo verano. Me hablaron de su labor y estoy muy interesado en encargarle esto. Dicen que trabaja rápido y bien… ¿cuánto pide?
-No es cuestión de dinero, joven. Verá mi habilidad está… -El viejo no quería engañar a nadie, pero el músico insistió. –No me diga que no puede hacerlo. Sólo quiero su guitarra. No me moveré de aquí hasta que la consiga.
-Pero joven, ya no soy el mismo de antes, no tengo la misma destreza… ¿por qué yo? ¿Qué se le ha perdido por aquí?
-Oiga, me dijeron que usted es el mejor. Tengo poco tiempo antes de empezar mis conciertos y usted no sabe lo caprichosos que podemos llegar a ser los músicos…Confío en usted, ¡tengo prisa!
-¿Cuándo empieza su gira? –Preguntó el anciano –En apenas cinco semanas tengo que estar en el primer destino… -el viejo quedó pensativo sin dejar de mirar al extraño visitante. Al final, accedió.
-De acuerdo –dijo resignado el anciano. –En un par de semanas tendrá su guitarra.
Casi transcurrió un mes, cuando el músico fue a visitar al anciano a su taller, extrañado por la tardanza del encargo. Al entrar en la estancia, el viejo estaba de espaldas, meditando frente a un objeto. –No lo entiendo... –susurraba. El músico llamó a la puerta y el anciano, sobresaltado, se dio la vuelta.
-Ah!, es usted… -el viejo no parecía contento. –Pase, tengo malas noticias… El músico rodeó la mesa central y se acercó al anciano. –Eso, ¿eso es mi guitarra? –dijo ansioso.
-Sí, es su guitarra. Pero hay un problema. –el viejo se levantó y agarró el instrumento. –Verá, como le dije ya no soy el de antes. Me pidió una guitarra y la he terminado. Pero he olvidado que tenía seis cuerdas. Solo he fabricado cinco cuerdas, con sus cinco clavijas y un mástil listo para albergar cinco…cuerdas…-el pobre hombre no salía de su asombro. -No sé qué ha podido pasarme… -el viejo volvió a su asiento meneando la cabeza.
-¡Menuda faena! ¡Cómo ha podido ser tan torpe! –El músico no reaccionó de manera muy educada… -¡Vaya! ¡Un mes perdido en este pueblucho! –el viejo quiso reparar la situación.
-Si me la deja de nuevo, puedo solucionar el error, no creo que…
-¡No tengo tiempo para quedarme más! ¡La gira empieza en una semana y no tengo guitarra! –el músico cerró la puerta tras estas palabras ignorando el instrumento defectuoso. Algunos vecinos oyeron sus voces maldiciendo calle abajo. Seguramente no le verían más por allí. El viejo se quedó pensativo apoyando sus manos sobre la malograda guitarra. Sus ojos entrecerrados parecían visualizar el fin de su trayectoria. –Desde luego, creo que tengo que dejar de trabajar… -Tras este pensamiento silencioso, sus lágrimas recorrieron las arrugas del anciano, consciente del fin de una etapa. La guitarra le miraba fijamente.
Desde aquel suceso, el anciano quiso reducir su actividad considerablemente. Solo atendía pedidos sencillos, sin mucha complicación y normalmente, ni siquiera cobraba el trabajo a sus vecinos. La luz que en otros tiempos irradiaban sus manos se apagaba poco a poco. La guitarra mal fabricada reposaba en lo alto de un estante coleccionando polvo y tiempo. De vez en cuando, el viejo la ofrecía a un artista que pasaba por el pueblo, a comerciantes de toda clase de baratijas y hombres de negocios importantes, a quien pudiera quererla… Pero todos respondían lo mismo. “¿Qué hago yo con esto?, ¿Para qué sirve una guitarra tan mal hecha? ¡No necesito una guitarra de cinco cuerdas!” Incluso bromeaban con el ofrecimiento. “Rómpala en mil pedazos y caliéntese en invierno, jajajaja…”. En un momento dado, el viejo se rindió, no quiso saber nada más de la guitarra y la colocó con tristeza en el olvido.
Transcurrieron varios meses cuando una mañana muy temprano, llamaron a la puerta del taller y el anciano extrañado, pues no solía recibir visitas al amanecer, abrió la puerta. En el umbral, la sombra menuda de un niño de seis años entraba hasta los pies del anciano.
-Hola. ¿Es usted el fabricante de la guitarra de cinco cuerdas?
-Sí, soy yo…Si vienes a reírte mejor que te marches por dónde has venido.
-No vengo a reírme. –el niño le miraba fijamente. –Dicen que la regala. ¿Es cierto?
-Sí, lo es. –refunfuñó el anciano recién levantado. –Pero hace mucho tiempo que nadie la quiere.
-¿Me la regalaría a mí? –el viejo abrió los ojos de repente. -¿A ti? ¿Para qué la quieres? Tiene solo cinco cuerdas, no sirve para nada…
-Eso no es cierto. –respondió muy seguro el niño. –A mí me serviría.
-No entiendo por qué. Nadie la quiere y todos tienen razón. No sirve.
-Oiga, la guitarra, ¿suena bien? –se interesó el niño.
–Suena como puede con cinco cuerdas, o sea que no suena igual que todas.
-Entiendo. Y… ¿de qué color es? –el viejo extrañado miraba al niño de arriba abajo.
-Pues es de madera, ¿entiendes? Es…eso, ¡de madera! –el viejo se notaba menos paciente que en otras épocas.
–Ya. ¿Conserva el cuerpo y el mástil?
-¡Pues claro! Pero te repito que tiene cinco cuerdas…No es una guitarra normal.
-Verá señor. Yo no necesito una guitarra normal. Yo necesito la que usted fabricó. No me importa que tenga una cuerda menos. Escuche. Tengo seis años y las manos muy pequeñas. En el colegio me han dicho que se me da bien tocar la guitarra pero sufro mucho con mis pequeñas manos. No puedo tocar las guitarras normales. Por eso necesito la suya. Si me deja probar su mástil más pequeño y sus cinco cuerdas, seguro que la podré tocar mejor… ¿entiende? -El viejo no reaccionó por un segundo. Sin embargo, lo que el pequeño chico decía tenía sentido.
-Chico, entiendo tu historia, pero… Es que no va a sonar bien, porque las guitarras tienen seis cuerdas, para llegar a todas las melodías, los acordes… No se…
-¿La ha probado alguna vez? –el viejo recapacitó –Pues, no, la verdad…
-Usted déjeme probarla. A lo mejor funciona. –El viejo acabó rendido. –Vaya, parece que tenemos un pequeño y terco hombrecito en lugar de un crío de seis años… -el niño sonrió por primera vez. Deseaba esa guitarra.
El viejo invitó a pasar al menudo invitado y le ofreció asiento mientras iba a por la guitarra. A su vuelta, el niño se levantó y abrió los ojos como si estuviera delante de un enorme tesoro. En su cara se reflejaba una ilusión fuera de lo común. -¡Es preciosa! –el anciano le miró por encima de sus gafas nuevas. –calma, chiquillo, no es para tanto…Toma, aquí tienes tu guitarra.
El pequeño agarró el instrumento con las dos manos, una para el mástil, otra para el cuerpo de la guitarra, un tanto sucia por el paso del tiempo. Acto seguido, buscó un taburete para sentarse a probarla sin más reparos. Cuando lo encontró apoyó la guitarra en sus piernecitas y la cabeza en el cuerpo de madera, mirando al mástil. El viejo observaba en silencio. El niño acercó su mano izquierda al mástil, con un leve movimiento a medio camino entre la emoción y el pánico.
Cuando los dedos de su mano descansaron en las cinco cuerdas de su guitarra nueva, ésta empezó a cantar… Obviamente estaba desafinada, pero el chico sabía lo que se hacía y se esmeró por encontrar el sonido perfecto. Cuando consiguió emitir algo parecido al acorde “DO”, una enorme sonrisa iluminó la cara del chaval. Lo había conseguido.
-¿Lo ve señor? ¡Suena bien! ¡Gracias señor! ¡Muchas gracias! –el viejo seguía fijando su mirada en el chico, al tiempo extrañado, al tiempo feliz. –No ha sido nada, chico. Disfruta… disfruta tu guitarra… -el anciano miró hacia otro lado con la mirada empañada. -¿Ocurre algo señor? –el chico dejó a un lado la guitarra y se acercó al artesano. –No es nada, solo que creía que nadie querría nunca esta guitarra. Eres muy pequeño para sorprender así a un vejestorio como yo…

-Anda, señor, no llore. Por favor, debe estar contento. Su trabajo ya no puede ser el de antes, pero a mí me ha fabricado la guitarra perfecta. Se lo agradeceré toda la vida. 

lunes, 7 de julio de 2014

El Reino de las Decisiones


En las primeras andanzas de la tierra, cuando el mundo estaba formado tan sólo por un inmenso continente, existió un archipiélago alejado de aquel gran pedazo de tierra. En una de sus islas se fundó el Reino de las Decisiones, donde todo estaba impregnado de futuro y los errores del pasado se encerraban en jaulas de oro, colocadas cuidadosamente en cada esquina para que todos los habitantes los tuvieran bien presentes. Había en aquella isla decisiones de todo tipo: las peligrosas, que se pasaban el día practicando deportes de aventura; las seguras, que nunca arriesgaban más de lo debido; había decisiones meditadas, que eran las dueñas del tiempo y las valientes, que eran las que más prosperaban. También vivían allí las decisiones erróneas, a las cuales, tras ser juzgadas, se les daba la oportunidad de redimirse desandando el camino recorrido. Y es que la vida en aquel lugar era rápida, la ilusión iba siempre en aumento y todas las decisiones llegaban a alcanzar las metas que se proponían.


Un mal día, un barco misterioso arribó a las costas de la isla de las decisiones. Era noche cerrada y la luna nueva no permitía percibir objeto o persona alguna. De pronto, de su cubierta comenzaron a descender como fantasmas los habitantes del País de las Dudas, que vivían en otra de las islas del archipiélago, de hecho la más alejada. En lo que parecía ser un ataque a traición, se colocaron en fila a lo largo del puerto y tras encender cada una de las dudas tripulantes una antorcha, avanzaron hacia el centro de la única ciudad de la isla, donde vivían todas las decisiones. Para sorpresa de todos, sin ningún tipo de miramiento, las dudas sacaron a cada familia de su casa, prendiendo fuego después a todo lo que veían. La ciudad quedó arrasada y todas las decisiones fueron secuestradas y trasladadas al barco negro. El general de las dudas habló:
-¡Esto es un secuestro! ¿Pensabais de verdad que ibais a crecer y prosperar sin ayudarnos? ¡Nadie más nos dejará en la estacada! ¡Desde hoy sois nuestros prisioneros! –El general hizo un gesto al timonel y éste a toda la tripulación. El barco partió hacia la oscuridad dejando tras de sí un hilo de luz amarilla proveniente de las llamas.
En la única montaña de la isla, un pequeño reducto de decisiones observaba el desastre. Eran las más puras y limpias, las jóvenes, aquellas que acababan casi de nacer y estaban repletas de ilusiones y sueños. Se habían librado del gran secuestro al estar fuera de la ciudad en ese momento, disfrutando de unos días sin complicaciones. Una de ellas alzó la voz:
-Queridas amigas. Esto es intolerable. No podemos permitir que aprisionen de nuevo al resto de nuestras decisiones, a las mayores que ha habido y habrá. ¡Tenemos que ir en su busca!
Naturalmente, ninguna dudó un instante, fueron al puerto a por sus pequeñas embarcaciones y tras aprovisionarse de enseres y víveres para la travesía, se pusieron en marcha. El sol se desperezaba y liberaba ya sus primero rayos, acostado todavía sobre el mar.


Tres días después, al borde del anochecer, las decisiones más pequeñas divisaron tierra. El País de las Dudas estaba rodeado de un enorme muro que las defendía de sus propios miedos. Las embarcaciones decidieron rodear en silencio toda la isla en busca de una entrada por la que acceder al horrible lugar. A pesar de la dificultad, pues estuvieron largo tiempo dando vueltas a la isla, finalmente una de ellas logró encontrar un recoveco entre unas rocas cerca de la costa. Fue por ahí por donde entraron todas las decisiones. El poblado de las dudas, el único también de la isla, estaba a su vez amurallado pero sin vigilancia, pues nunca se habían decidido a guarecer su propio hogar. No obstante, las pequeñas decisiones optaron por adentrarse en el pueblo sin hacer ruido, no fuera a ser que, por una vez, a alguna duda se le ocurriera tomar una alternativa y atacarlas.
Cuando llegaron a la plaza del poblado, todas las dudas dormían como un tronco y fue en ese momento cuando las valientes y pequeñas decisiones se dividieron para encontrar las cárceles donde estaban prisioneras sus compatriotas. Una vez que todas fueron liberadas, la más vieja de las decisiones, y por tanto la más sabia, habló:
-Queridas amigas. Os agradezco en nombre de todas las prisioneras vuestra valentía al venir a por nosotras. Sin embargo, tenemos que hacer algo con este problema. No es la primera vez que ocurre, pero me gustaría que fuera la última. Si hoy nos vamos a casa, mañana las dudas volverán a nuestra isla y quién sabe si sobreviviremos la próxima vez. A pesar de su desorden, las dudas son más peligrosas de lo que pensamos y yo estoy vieja para seguir con más guerras. Es la hora de sentarse a dialogar.
Todas las decisiones asintieron sin abrir la boca, pues la más sabia de ellas siempre las había llevado por buen camino. De modo que se colocaron en el centro de la plaza y llamaron a gritos a las dudas. Éstas, realmente con la boca abierta, fueron acercándose al lugar con su general al frente, que al principio dudó un poco pero que finalmente se decidió a hablar:
-¡Es inaudito que vengáis aquí! ¡Esta es nuestra isla y no tenéis permiso para pisarla!
-Vosotros hicisteis lo mismo hace tan sólo tres días, ¿lo recuerdas? –contestó sin vacilar la decisión anciana.
-Es cierto…No sé qué pensar… -titubeó el general sin parar de mirar a todas partes.
-Escúcheme general –comenzó la anciana –Esta situación se alarga en el tiempo. Nosotras no podemos continuar con este problema y mi deseo es que vosotras tampoco lo prolonguéis. ¿Cuál es el motivo de vuestro ataque continuo?
-Verá, señora decisión mayor… -contestó el general –Los ciudadanos y ciudadanas, las dudas de esta isla, están perdidos. No saben qué hacer con sus vidas. Unos se aburren, otras vagan por las calles delinquiendo en ocasiones y el caos aquí es total. Solo consigo que se sientan bien cuando atacamos vuestra isla y os anulamos como decisiones que sois.
-Es decir, que bebéis de nuestra desgracia… -dijo con tristeza la anciana decisión mayor.
-¡Exacto! Sin vuestro sufrimiento no somos nada. Es como si no existiéramos. Os necesitamos tristes para sobrevivir… -el general tomó asiento e invitó a la anciana a hacer lo mismo. El resto de presentes observaba atentamente. Tras un largo silencio, la anciana se dirigió al general, pero alzando la voz para que todos la escucharan:
-Es cierto que nosotras, las decisiones, podemos provocar envidias por todo el mundo. También es cierto que vosotras, las dudas, no sabéis nunca qué camino escoger. Sin embargo, tengo algo que deciros. –Todos se sumieron en un silencio atento y sepulcral. –Es necesario que sepáis que ambas poblaciones nos necesitamos la una a la otra… –Un murmullo de incredulidad se alzó tras esta afirmación. La anciana levantó los brazos pidiendo atención.
-Lo bueno de las decisiones de mi isla, señor general, es que a veces, van acompañadas de cierta indecisión. Si no fuera así, no tendríamos miedo y el miedo es necesario. Sin él, seríamos decisiones incautas y duraríamos muy poco en esta tierra. Por otra parte, vosotras, las dudas, existís primero de nosotras. Lográis nacer antes que nosotras. Solo que luego, cuando tomamos forma, escapamos de vuestras manos y quedáis huérfanas de compañía… -Alguien estuvo a punto de aplaudir, pero al no ser acompañada, se arrepintió. Era una duda, claro.
-Tienes mucha razón, anciana, pero ¿cuál es la solución a todo esto?
-Verás, amigo general –a estas alturas del debate, la anciana había cogido confianza – Nosotras, las decisiones, tenemos que seguir avanzando y dado que vosotras sois necesarias, he decidido confesaros algo. –Las dudas no sabían si alegrarse o llorar. -Se dice que en esta isla, bajo su tierra, se haya escondido un laberinto. Es el más grande del mundo conocido y está oculto justo bajo nuestros pies. Se cuenta que los dioses antiguos lo utilizaban para depositar en él sus dudas y tomarse su tiempo antes de elegir el camino correcto. –contó la anciana.
-Siempre he oído rumores, pero nunca supe si debía atenderlos…-dijo despistado el general de las dudas.
-Os propongo a todos una misión –alzó de nuevo la voz la anciana decisión. –Cojamos, todo aquel que pueda, una herramienta cualquiera, una pala, un pico, ¡las propias manos! Trabajemos juntos para descubrir este laberinto y ofrecerle a las dudas algo en lo que ocupar su tiempo.
Sin miramientos, las decisiones comenzaron a trabajar mientras las dudas las seguían sin saber muy bien qué hacer. Durante la ilusionante misión, cada una de las decisiones se hizo amiga de una duda y consiguieron avanzar más rápido. El panorama días después era increíble. Todos se esforzaron codo con codo hasta que una semana después, el gran laberinto lleno de caminos que iban a todas partes apareció ante sus ojos.
Al término del trabajo, tanto las decisiones como las dudas aplaudieron fuerte y se abrazaron amigablemente. Por fin las dudas habían hecho algo productivo y las decisiones estaban satisfechas por la gran idea que tuvo su líder, la anciana decisión mayor.
Tras este histórico día, las dudas poblaron felices su propio y ahora valioso laberinto, caminando de un lado a otro, mientras que las decisiones seguían prosperando en su isla. De vez en cuando, cuando alguna decisión necesitaba tomarse su tiempo, viajaba al laberinto de las dudas para jugar despreocupada con ellas. De ese modo, liberaba la mente y lograba encontrar en cada ocasión una salida diferente.
Chesku