jueves, 23 de febrero de 2012

La danza de las energías








En este salón de baile están inscritas todas las especies humanas posibles. La danza comienza con rabia y problemas inflados como globos, que más tarde se esfuman en el cielo de las tonterías. A pesar de que detesto alejarme de la luna, era bueno acercarse al sol de la cruda realidad que nos rodea, para gritar fuerte que no podrán con nosotros. ¿Qué es eso de que ya no pensamos? ¿Es acaso cierto que nuestras cosas materiales son amadas y nuestras personas más queridas son usadas? ¿Sería lógico pensar que un hipotético fin del mundo consistiría en la destrucción total de los valores? Mientras “nuestros” políticos no nos protegen, dejándonos en manos de auténticos orcos con porras, nuestra lucha puede tomar tantas formas como colores existen. Unos toman la calle, otros inventan desde casa. Hay adolescentes que toman el centro de la pista, y abuelos que vieron morir a todos sus amigos hace años; hay personas que te llenan de energía nada más conocerlas, hay tanta gente que merece la pena, que parece una mala pesadilla que las minorías radicales retrógradas estén llevando el paso.
Me niego a pensar que don Dinero es el dj de esta fiesta. La música no deben ponerla los mercados, sino esa gente que ensaya tres horas diarias a la batería, o aquellos otros que se llevan la guitarra hasta el baño, descartando una y mil veces la nada despreciable lectura de la parte trasera de un champú. El poder consiste en levantarte como un resorte cada vez que te tumba una imagen del telediario; reside en las mentes que no pueden dormir por la noche, porque no paran de imaginar ideas nuevas para el día siguiente; el poder se encuentra en nuestras borracheras de pura alegría, que igualmente, tienen mil caras: las de un hijo sonriente viviendo su disfraz, las de la risa atontada a la hora en que se cruzan las últimas máscaras con el personal de limpieza del ayuntamiento, o las de una chimenea encendida en una casa rural perdida.



¿Qué hacer? Gritar fuerte cuando paren la música. Este local no cierra nunca, e igualmente, nunca duerme. Siempre hay que tenerlo todo ordenado para la noche siguiente. Si aporrean la puerta con fuerza desde fuera, no hay que temer nada. Debemos enfrentarnos al miedo que atenaza nuestra sonrisa. Debemos fosilizar con nuestro aliento a aquellos que desean retornar al pasado, destronar a los impunes, destrozar edificios cuadriculados; castigar con nuestra indiferencia todo aquello que nos impida saltar. Dicen que hay un baile que representa una imagen vertical de un sentimiento horizontal. No se me ocurre una excusa mejor para ser un tanguista. El secreto de comer bien es importante, lo que sea que nos guste, dándole un sartenazo de fritanga al mismísimo Dunkan. Lo que sea, lo que sea, lo que sea; pero que venga, que venga, que venga.
El truco no está en madrugar más que nadie, en preocuparse más que nadie, en llorar más que nadie. El truco no es exigir, ni mentir, ni decir por decir. Ni aparentar, ni despreciar, ni pisotear. El truco ni mucho menos es humillar, tampoco robar, tampoco imponer, ni esconder, ni manipular.
El truco sencillamente, es que no hay truco. La vida, es y debe ser, verdadera magia.

viernes, 10 de febrero de 2012

Hoy he visto a Juana








Había desterrado por completo de mi memoria lo hermoso que es Olivenza. Hace dos días fui a un taller y a su término, mientras mi cuerpo se adaptaba de nuevo a la calefacción del coche, iba observando con la curiosidad de un niño sus calles, su arquitectura blanca, su aire portugués sin decadencia. Los pasos de cebra no son simples líneas gruesas y milimétricamente separadas, sino originales mosaicos con dibujos rectos y en serie. La noche helada caía con ferocidad cuando arranqué y me dispuse a volver a casa. Entonces volví a verla. Al girar en una abertura que reconocía, tras recorrer unos metros, me la encontré de nuevo sola, iluminada, en medio de aquel frío horrible, en aquella plaza abandonada. Y de pronto, comenzó la conducción automática, porque mi cabeza volvió cinco años atrás sobre sus pasos, supongo yo que para frenar el ritmo y meditar. Lo primero que pensé fue en el tiempo que hacía que no salía del quiste en el que se ha convertido Badajoz. Después, tuve que rectificar la ruta porque me equivoqué de carretera. Ahora era seguro, mi cabeza estaba volviendo a casa tras una clase en la escuela de teatro: "En diez minutos atravesamos Valverde de Leganés; después llegamos a la Albuera, y de ahí hasta que nos incorporemos a la autovía. El resto hasta Mérida es fácil".


Cuando retomé el camino correcto, seguí pensando. Recordé un descanso en el patio interior, alrededor de un pozo inutilizado que lo presidía. La guitarra sonaba alegre, el sol era brillante pero no calentaba. Acabábamos de desayunar en la pequeña cafetería y no nos apetecía entrar en la clase de José Luis. Recordé la excusa que le dije a Pedro para justificar que no me supiera el solfeo: “Yo creo Pedro, que la música es para sentirla, no para estudiarla…”. Pensé en el camino hacia el conocimiento de un personaje, los músculos alternando relax y tensión en el método Stanislavsky, el fascinante bipolarismo de Miguel, la sonrisa etrusca de Amparo, y la mirada profunda y eterna de Carmen. Pude verme haciendo un mortal hacia atrás con ayuda, dando vueltas a la clase con las rodillas sin flexionar, amando apasionadamente, actuando al lado de una voz roja en un concierto privado, o interpretando una coreografía inventada por mí, en compañía de la canción más triste de Evanescence.
Me vi feliz. Sin estabilidad, sin dinero, sin futuro pactado. Pero feliz. Y felizmente me salté el primer semáforo que hay al entrar en Badajoz. Llegué a casa y abracé a la brujita verde que tengo en la mesilla de noche.
Hoy, he visto a Juana. La conocí hace tres semanas, me empapé de su desgracia pero no conseguía encontrarla. De modo que hoy, “al límite de mi ser, me descubrí corriendo…” hacia ella, porque ha estado a punto de volver a escapar. Sin embargo, no hay nada como tener la certeza que te regala saberte seguro, sentirte valiente, entenderte preparado, y anhelarte como nunca para agarrarte si otra oportunidad “te ofrece la posibilidad de un solo instante de duda razonable…”.