martes, 3 de mayo de 2011

La princesa mágica Parte I

Erase una vez una niña muy bonita y muy mágica. Todo el mundo sonreía a su paso, porque ella tenía una sonrisa permanente en sus labios. La gente la apreciaba tanto que todos se dedicaban a cuidarla, protegiéndola de cualquier peligro que pudiera amenazarla. Y es que, para todos sus vecinos, era de vital importancia mantener intacto a semejante tesoro.

Vivía en un lugar con playa, donde la espuma del mar bañaba la arena blanca y las gaviotas soñaban todos los días con volar más alto de lo que su especie ordenaba.

El secreto de tanto cariño dirigido a la chica, era el poder que tenía para ayudar a todo el que se cruzaba en su camino, y sufría algún contratiempo. Desde los problemas más cotidianos, hasta las situaciones más peliagudas, ella se las arreglaba siempre para estar ahí, al lado de quien lo necesitara.

Un fatídico día, el pueblo costero donde vivía la niña, sufrió un ataque por parte de unos piratas que se refugiaban en una isla cercana. Bañados en dinero recaudado en sus innumerables asaltos durante años, decidieron que querían más, y en el ataque al pueblo secuestraron al príncipe, que contaba tan solo con meses de vida. El bebé era el único heredero de la gran fortuna de los reyes, recientemente fallecidos por la peste. El tenebroso grupo de piratas quería esa fortuna, y comunicó a las autoridades que lo devolverían con vida, a cambio del importe de tamaña herencia.

Pasaron meses del triste suceso, y el pueblo, sumido en una profunda pena, se lamentaba continuamente por la tragedia. Todos perdieron la esperanza de recuperar algún día a su bebé más carismático. Todos, menos la niña mágica. Ella nunca perdía la esperanza, ella siempre creía que se podía hacer feliz a la gente, y en lugar de ver la situación como un problema, pensó que si lo convertía en un reto, sería más fácil enfrentarse a él.

Por eso, se alió con tres marineros para que le construyeran una barca, con la que poder llegar hasta la guarida de los piratas, en la isla vecina. Tras concluir el trabajo, la niña sonrió a los marineros, que no pudieron resistirse a acompañarla en tan arduo viaje.