martes, 20 de septiembre de 2011

La memoria hecha jirones



Hay noticias que uno nunca quiere recibir. La de anoche, a través del teléfono, me bloqueó el pensamiento, de golpe me levantó del sofá y me trasladó a mi infancia. La memoria, aparte de caprichosa, es cruel y egoísta, porque sólo te permite observar por la mirilla del pasado los recuerdos que ella elige a su antojo. A veces, incluso los distorsiona, para volverte de una vez, loco. Los esfuerzos por visualizar imágenes vacían la sangre, y la rabia por su falta de claridad es abismal. Cuando anoche me dijeron que el “conductor del psiquiátrico” – servía este apodo para situarlo – había fallecido, de repente, recordé los largos viajes en coche a la playa; los campings de algún punto de Andalucía, en donde pasamos algunos veranos, ambas familias, la suya y la mía. La imagen más real y nítida, es la de Nuria agarrándome la mano. Es una fotografía tomada en uno de aquellos campings; y por suerte, gracias a ella la conservo. Me pregunto cuántas veces viajaríamos juntos; cuántas barbacoas, cuántos baños en el mar, cuántos kilómetros reventados en el coche, qué palabras, qué gestos, qué tipo de amistad se iba gestando viaje a viaje. ¿Serían muchas ocasiones? ¿O tal vez una? Maldita memoria, caprichosa, cruel y egoísta.
Con el paso del tiempo, cuesta fijar los momentos en la mente: están dentro, pero muchos desaparecen para siempre. Sólo los que perduran, te dan una pista de lo importante que fue una época. Me gusta saber que “Collado” – también le llamaban por su apellido -, es un recuerdo perdurable, que se mantendrá siempre. Que su hija, todavía hoy, es mi amiga y me recuerda. A pesar de que hacía años que no veía a su padre, se me quedó grabada su sonrisa etrusca de dientes blancos. Me siento extrañamente orgulloso de haberle conocido; me gusta pensar que tengo algo de su simpatía, de su alegría, allá en el pasado, en los campings.


De pequeños, aprendemos no sólo de nuestra familia, sino también de los amigos cercanos. Por eso me gusta pensar que, en una pequeña parte de mi educación durante mi infancia, tuvo mucho que ver “Collado”, “el conductor del psiquiátrico”, el de la sonrisa eterna.


Hasta siempre Paco. Da recuerdos de su hijo al jefe, allá arriba.

viernes, 9 de septiembre de 2011

"Hacer región"

Apura ya sus últimas horas el día de Extremadura, que de paso, va echando el cierre a un verano de los más largos que recuerdo. En mi opinión, una de las escenas más valiosas de la historia del cine, es aquella en la que Billy Hayes se dirige a un tribunal turco, en un último alegato para defenderse de la pena de treinta años que están a punto de imponerle, por un hecho que, ni mucho menos, merece esa condena: “La grandeza de una sociedad se mide por su capacidad para tener piedad, por su sentido de la justicia”. Si aplico la frase a nuestro entorno más próximo, puedo comprobar lo mucho que nos cuesta perdonar las cosas más banales. No lo digo como una crítica, porque todos bebemos en el mismo río, pero me llama la atención que el castigo es, en muchas ocasiones, inversamente proporcional al hecho cometido. Y empiezo a sentir que nos equivocamos.
Si abandonamos deliberadamente a alguien, seremos abandonados pronto; si obligamos a nuestros amigos a elegir entre opciones, acabaremos por no ser elegidos nosotros mismos; si esperamos de los demás lo mismo que nosotros damos, podemos empezar a cortarnos las venas; si no somos capaces de perdonar y mirar adelante, muy mal vamos. A todos los niveles, en todas las causas.
Mirar adelante, proponerte el futuro y conseguirlo con los que te acompañan, los que te quieren elegir, y de los que tú te quieres rodear. Ese es el secreto más fácil de entender, y a la vez, el más siniestro y difícil de llevar a cabo.