jueves, 29 de abril de 2010

Tini



Siempre he admirado a mi primo. Desde que tengo memoria. Hace muchos años le pasó algo en los pulmones y tuvo que ser hospitalizado. Me recuerdo acompañado de mi madre al lado de la cama, haciéndole una visita. Hasta me sorprende recordarlo tan bien, porque no es una escena demasiado especial, pero el caso es que la tengo presente; yo quiero pensar que el motivo es que fue la primera vez que me preocupé por él, a pesar de mi corta edad.
Podría describirlo de mil maneras. Ha sido mi primo, mi amigo y mi jefe, no siempre al mismo tiempo. Hay algo de él que me atrae fuertemente y es su tremenda facilidad para ser feliz. Seguro que tendrá sus travesías por el desierto, pero nunca parece cruzarlo; su positivismo se contagia, su valentía te atrapa y su imaginación te arrolla. Pero el detalle de Tini que más me gusta y en el que más reparo desde hace unos años es su marcado sentido de familia. Es su valor más palpable, el más de verdad, y el que más cuida. Le apasionan sus hijos, adora a Cristina, y a pesar del río de la vida, siempre tiene tiempo para remar al lado de alguno de nosotros, y de ese modo ayudarle a llegar a la orilla. Casi todos nos pudimos encontrar el domingo pasado en el campo de mis tíos, para celebrar que Lucas había llegado a este mundo; en ese campo, hace siglos, jugaba con mis primos a las guerras de pinchos, quemábamos babosas hasta hacerlas chillar (cosas de niños), mirábamos a las ranas de la piscina inutilizada y paseábamos por los alrededores en busca de espárragos. Ese lugar es otro mundo en la actualidad; ha cambiado totalmente y sin embargo, su espíritu sigue intacto a pesar de mi tardanza en regresar.
En las nochebuenas anteriores a la marcha de la yaya, mi primo Tini siempre disparaba fotografías a todos los miembros de la mesa, pero nunca nos ha enseñado ninguna de ellas. Muchos de nosotros se lo echan en cara entre risas, pero a mi no me importa, porque mi primo tiene permanentemente en su cabeza un marco para incluir en él a la gente que quiere.


lunes, 26 de abril de 2010

Malicia en el país de las pesadillas

De lo que pudo ser y no fue, advierto, de eso voy a hablar. De que Burton, en mi opinión, ha desaprovechado una gran oportunidad para hacer la película de su vida (algo difícil por su brutal trayectoria), y en lugar de eso, ha descabezado cual reina roja una historia con un trasfondo diametralmente opuesto a lo que se puede entresacar de esta su nueva obra, rehogando todos los ingredientes de la historia de Alicia en un potaje complicado de digerir, muy bello, pero insulso e indigesto.
Llevo esperando esta película desde que vi por Internet el primer trailer, allá por el verano pasado. Esperaba que el genial director contara la historia de Lewis Carroll, la que todos conocemos y con todo su mensaje dirigido a los "locos adultos". Sin embargo, salgo del cine tras ver algo muy logrado visualmente (marca Tim), pero sin pies ni cabeza. ¿El sombrerero enamorado de Alicia?¿Qué pinta la criatura que tiene que matar Alicia, cuyo nombre ya ni recuerdo?¿Y el bicho que custodia la espada?
Estas cosas me decepcionan, porque me hubiera gustado ver de una vez a una Alicia verdadera, en un lugar maravilloso, en el cual todo es posible y la muchedad algo imprescindible para caminar por sus tierras.
No quiero ser el raro, ya que todas las opiniones que escucho son alabanzas. Me da rabia serlo, es más. Pero esto es así: no me gustan los directores que quieren dejar su huella, su impronta, en pro de los dólares y en contra de las historias mágicas, bellas y auténticas.
Si Carroll levantara la cabeza, probablemente se escondería detrás del gato de Cheshire (el único personaje que me fascinó), aunque éste desaparecería a su capricho, y el autor del cuento tendría que comerse este brebaje.
No me atrevo a asegurar qué digestión tendría.

sábado, 24 de abril de 2010

Felices coincidencias

El día del libro celebrado ayer coincidió con una circunstancia muy feliz: se entregó el premio al Fomento de la Lectura de Extremadura a la Librería San Francisco, de Mérida. Un premio a una iniciativa privada y a una labor de años, realizada por dos personas especiales, trabajadoras, sinceras y sencillas, enormes, y que se toman este galardón, más allá de la importancia que pueda tener, como un reconocimiento a ese empleo constante de sus horas en ese local.
Una librería en la que me he sentido muchas veces como en casa, y donde las historias, reales o imaginarias, se han ido entrecruzando, mezclándose en un genial cocktail formado por páginas de libros antiguos y nuevos, donde han tenido cabida aventuras de amor y de odio, de sufrimiento y de alegrías. Allí dentro han confluido historias hermosas de recuerdos, de ausencias y olvidos, de reencuentros y redenciones. Ha sido guarida de ladrones, paisaje de fantasía para los más niños, madriguera de animales extraños, y hogar con chimenea de amantes.
Todas las semanas, un grupo de personas se reúne entre las estanterías mágicas de la librería para hablar de todos estos mundos, y es por eso por lo que ayer se le otorgó este reconocimiento, merecido con todas sus letras.
La Librería San Francisco ha ganado a lo largo de los años mucho más que un premio: el respeto de todo el que la pisa; y yo he tenido el orgullo y el honor de conocerla.
Felicidades familia Gómez Cabanes.

jueves, 8 de abril de 2010

Balances

¿Cuanto tiempo se tarda en limpiar una casa?¿Qué tiempo empleamos en soplar sobre un libro lleno de polvo para que quede pulcro, como si fuera nuevo?¿Qué tiempo se tarda en pintar una pared vieja de blanco deslumbrado por el sol? ¿Tardamos un año en aprender a reír, o ya nacemos riendo? Ventilar un cuarto, recordar de nuevo la letra en su totalidad de una vieja canción, recuperar sólo para la mente antiguas costumbres infantiles, amueblar toda una cabeza y tenerla lista para "entrar a vivir" o, siguiendo la línea futbolera de S., ser absuelto de una tarjeta roja que te ha expulsado de una final...¿cuánto tiempo necesitamos para ello?
La primera mirada dura un instante, pero hay que tener calma: tenemos toda la vida para olvidarla.