"...Hicimos la mitad del camino hasta la cima y el regreso entero con tan solo leche en polvo y tres galletas para desayunar, una manzana para comer y algo de pasta por la noche (...) En aquel lugar se produce la auto lluvia, es decir, la humedad tan grande que existe unida al calor del desierto hace que las nubes se fabriquen allí mismo; por eso llueve 350 días al año (...) Está en medio de la gran sabana, una inmensa roca en medio de la nada (...) Primero entrabas en una selva, más adelante cruzamos un bosque frondoso, y acabamos en un lugar rarísimo: las plantas eran tan extrañas y gigantescas, que no nos hubiera sorprendido nada ver un dinosaurio (...) En ese sitio, existe un hielo transparente adherido a las rocas. Si no tienes cuidado, resbalas. Mucha gente ha perecido a causa de este hielo (...)".
Esta expedición se realizó hace un mes más o menos, en el desierto de Uganda. Es la coronación de un cinco mil cuyo nombre no recuerdo ahora. Lo que sí se me quedó grabado fue la narración del director de la misma. Me fascinó escuchar este viaje a un lugar tan complicado de describir, tan lejano del hombre en el espacio que roza los límites del tiempo.
Precisamente, volvía a Mérida escuchando la radio. Volvía para comprobar que todo seguía como antes, y que nada había sido dañado por las heridas de ese tiempo.
Sin embargo pasé de largo sin detenerme, me quedé unas horas a 22 km y luego regresé envuelto en el intento fallido, a tan solo diez minutos en coche...
Todavía no era el momento de llegar a esa montaña.