Rehacer los planes, es a veces, una tarea tan aburrida como complicada. Sin embargo, contiene este hecho una luz interior, que el ojo humano no aprecia. Esa luz es la manifestación invisible de una fuerza bruta, que te empuja del sofá en un momento determinado, y que además, nunca sabes por dónde va a venir. Y en ese sofá, dejas enterrados en los huecos que hay entre los cojines un montón de pensamientos vanos, un capuchón de bolígrafo, un mechero, una moneda e incluso, algún que otro resto de autocompasión.
Por otro lado y aunque esta luz me empuja cada día más hacia varias metas a la vez, la espalda ha dejado su hueco en el umbral del dolor para el cuello, que ahora es el que manda en mis movimientos. Tengo la sensación de que es el mismo dolor, pero que ha emigrado hacia el norte, asustado por el efecto de la acupuntura. Creo que me avisa para que frene un poco el ritmo, que ordene objetivos, que priorice metas.
Desacelerar en época de incertidumbre nunca se me ha dado bien. Al contrario. Y ahora que me veo obligado, mantengo una lucha constante con ese sofá maldito, abrazando la pereza como una excusa, el sueño como un recurso, y echando de menos a la imaginación, que está de vacaciones. Por eso, hay una niña mágica que está a la cola de los personajes a los que les debo el final de una historia, y pasan a mi cuarto cada noche una ristra de fantasmas de todo tipo, antiguos y nuevos, a los que hace tiempo que dejé de invitar a cenar.