Hace semanas que el frío penetró en los paisajes de esta luna. Cansada de girar, exhausta y sin aliento, se encuentra ella, en medio de un universo de hielo. Esta luna anda todavía definiendo la ruta de su órbita, y por ello se esconde del reflejo solar, por miedo a sus reproches de fuego. Esta luna llora a escondidas en los baños de los bares; es redonda, pero con montículos; es luminosa, pero su lado oculto supone su mitad, nada menos; es cascabelera, aunque su sonido esté apagado.
Con la llegada del invierno, dedica la mayoría de sus noches a colgarse del cielo en su parte más alta, se muestra distante y no acepta ofertas. Desea con fuerzas que muera el año, que cambie el ciclo, que lloren otros. Aguanta firme en el borde de su firmamento, mirando hacia el pasado con miedo, y al frente con recelo.
Esta luna está perdida, tiene hambre y tiene frío; esta luna tiene heridas de última hora, que no avisan, que se vuelven a reproducir cuando las creía superadas. A esta luna le cuesta soñar, porque no puede dormir; ella quiere que le canten y la música se ha ido, con las musas a otra parte. No quiere grandes palacios con pequeños balcones desde donde descolgar sus trenzas de oro, porque ya no tiene trenzas de oro. Se pierde por callejones, se esconde bajo ramajes. Se convierte en luna llena cuando trasnocha hasta tarde; y al volverse como un plátano, se tumba en una nube a ver pasar el día; hay días en que ni viene, porque esta luna tiene estrés. Y cuando eso sucede, se toma su tiempo y se pide días libres. Esta luna vuela entonces hasta el mar de las gaviotas, pero no encuentra ninguna. Busca a la manada que la arrullaba de noche, pero no parece haber nadie. Esta luna oye el silencio y le tapona los oídos.
Lo que mantiene viva a esta luna es reflejar los mejores colores. Se convierte en amarilla cuando piensa en ti; se vuelve roja cuando canta fuerte; y se torna en azul cielo cuando se arrima a unas cuantas estrellas embriagadas. Esta luna quiere que acabe este año, para poder empezar a recordar los momentos felices; sólo así cree que podrá romper a soñar de nuevo.
Antes de marcharme, quiero estar listo para lo que vendrá. Dicen que es en las épocas de crisis cuando la creatividad del pueblo se eleva a cotas más altas. Por ello surgen en esos tiempos difíciles, genios y héroes que deciden mirar al futuro a los ojos. Me gustaría mucho descubrir cómo se llega a ser un héroe, ya que lo de ser genio está descartado; no conozco el camino que lleva a serlo, pero supongo que si existiera un inventor de sueños, viviría en una cabaña destartalada en un claro de un bosque. Su máquina fabricaría los deseos más intensos y diversos para todo aquel que aprovechara su servicio. En la parte trasera del complicado aparato, imagino que figurarían unas reglas de funcionamiento:
1.Los sueños no tienen límite. Cada persona del mundo humano podrá pensar, realizar o desechar tantos sueños como lleguen a su mente. En este sentido, no habrá fronteras. 2.No se recomienda apropiarse de sueños ajenos, por muy atractivos y dinámicos que parezcan. El poseedor de un sueño estará obligado a luchar por ese sueño, y no otro. 3.Se prohíbe terminantemente la rendición. No se permite llorar sobre los sueños rotos sin hacer nada. En caso de que eso ocurra, la persona deberá enterrar los pedazos y plantar deseos futuros sobre la tierra nueva. 4.Nadie ni nada tendrá derecho sobre los sueños de otros, no pudiendo interrumpirlos, prohibirlos ni impedir su consecución. 5.Debemos ayudar a los seres queridos a realizar sus sueños. La cantidad de sueños cumplidos por nuestra parte, será proporcional a la cantidad de contribuciones que hagamos para que las personas cercanas cumplan los suyos. 6.Hay un tipo de sueños al que deberemos prestar atención, porque suelen cumplirse pero el afortunado no se da cuenta. Son los llamados “sueños invisibles”, y si es demasiado tarde, el sueño acaba por desvanecerse.
Serían reglas muy complicadas, llenas de obstáculos y trampas que no veríamos. Lo más complicado sería encontrar la cabaña en ese claro de bosque. Un bosque lleno de maleza, hojas muertas y ramas traicioneras. Los caminos se enlazarían en un laberinto interminable que nos haría caminar en círculo, como en las películas de miedo. Si tuviéramos la fortuna de encontrarla, el inventor no podría darnos ninguna pista, y seríamos nosotros los que tendríamos que hacer el trabajo duro, que nos dejaría exhaustos, robando noche tras noche nuestro descanso. La queja, que muchas veces nos bloquearía, sería como el óxido que corrompe a la máquina de los sueños, inutilizándola por momentos; y el inventor esperaría sentado, observándonos por encima de la nariz, como un rígido e inaccesible maestro samurái. Tras largos períodos de tiempo, si llegáramos a comprender el mecanismo mágico, no sé, imagino yo que, podríamos llegar a sentir algo parecido a lo que siente un héroe.