Nunca me había fijado en un detalle: el madrugador quinario protagonizado por afanados creyentes con sus gargantas recién cargadas a las 7 de la mañana, anuncia como un advenimiento la llegada del verano a mi barrio.
Al calor que emerge del asfalto tras pasar el día aplastando
el suelo, las gentes de mi barrio jalean por la calle. Hay mucho ruido en la
calle. Se mezclan voces a solo unos metros, ininteligibles mensajes que se
cuelan por la ventana, enrejada contra todo bicho que mida más de 2mm y en la
televisión, hasta Pepa parece alzar la voz para contarme qué ha dicho hoy el
personaje de turno.
Pero volviendo a mi barrio. Se acerca con estruendo la banda
de música y justo en este instante, una virgen con mantilla malva y azul cielo
eterno es arropada por un griterío cercano a la romería, está cruzando mi
ángulo visual. Cierro la ventana, mejor así. En esta ventana, encontramos hace poco
un cartón de batido de chocolate que se desangraba abandonado contra la reja.
Decidí enterrarlo junto a la naranja que murió estrellada contra la misma reja
tan solo unos días antes. Así juntos, como dios manda.
Encarna es un encanto. Es de las pocas personas que conozco
en mi barrio. Bueno, también está el hombre tranquilo que regenta otra tienda,
solo unos metros más abajo, cuyas respuestas desesperantemente monosílabas no
inspiran precisamente a entonar un salmo. En cuanto a mis vecinos, dos
tormentas del desierto de 6 y 3 años golpean con su voz el otro lado de la
pared, reventando siestas e imponiendo tapones para los oídos, mientras su
madre les aplaca inútilmente; la señora del 1º sonríe siempre tras sus pupilas
antiguas y temerosas; la mujer del 3º estaba dejando de fumar hace un par de
meses, y últimamente la veo poco sacando su perro marca rastreator a pasear.
…los tambores suenan ahora como en el monte del destino…la
gente mayor viste sus trajes de sevillana, como tiene que ser…
Las casas de mi barrio son bajas, de pueblo. Hay un colegio,
la librería de Javi el de las fotocopias, la extraña oficina en la que todavía
no sé que se cuece, un despacho portugués de pollo asado y bendito; el bar
“CAMPEON”, cuyo dueño es un ex ciclista aficionado, que se sitúa en la esquina
contraria a mi bloque…
Tras mi calle acaban de abrir una hamburguesería nueva muy
familiar y sin logos multinacionales; en la parte trasera de mi bloque, “La
rota Espacio Escénico” hace equilibrios sobre una cuerda de tender para salir adelante,
acuarelando el aire bochornoso que a estas horas ya, sobrevuela los tejados.
La orquesta y el gentío se han marchado. El barrio vuelve a
su calma y estrena verano nuevo, con nuevos sueños de silla de camping al
fresco; un lugar donde volver tras cada aventura, tan valioso como el más
inmenso de los tesoros.