Alberto
cuenta todas sus carreras por victorias. Prepara cada competición con esmero,
entrenando cada detalle, dándose cuenta de sus potencialidades mientras trabaja
para mejorar cada día sus debilidades. Cronometra cada sesión y atendiendo a
unas determinadas cifras, así planifica el siguiente. 10 km, 45 minutos, 42
segundos; 24 km, 1 hora, 53 minutos, 32 segundos… Mide su pulso, controla la
respiración, mira al frente, se hidrata, relaja músculos y vuelve a atacar. A
su llegada a meta, resume: número de calorías quemadas, grado de reducción de
grasa, distancia recorrida, total de metas alcanzadas en un tiempo determinado,
cantidad de días empleados, maratón o media maratón, asfalto o tierra, tipo de
calzado…
Todos
nos movemos al son del insulso baile de los números y cálculos. Ansiamos un
marcador a favor, buscamos esperanzados una medida favorable en la báscula;
cuando llegamos al cajero automático, lo hacemos con el vértigo que la
incertidumbre nos brinda en su forma más siniestra. Nada más levantarnos, el
reloj nos muestra dos números con sus agujas hitlerianas y nos apremia para que
no lleguemos tarde a la fiesta de las máquinas.
Los
números también abren y cierran etapas. Mañana se cumplen 6 meses desde que una
sola cifra, concretamente 283,39, cerrara la primera en esta ciudad. Primer
periodo construido en 892 días, que culminó con un apretón de manos tan frío
como las mismas matemáticas, falto de toda emoción como el cerebro de un
gerente, gris moribundo, que iría directamente al desván de la memoria donde se
acumulan objetos llenos de polvo y telarañas. ¿Por qué recuperar ahora este
cambio de ciclo? Quizá lleve 6 meses esperando el comienzo de otra vida que no
acaba de llegar. Ya son 185 días llenos de proyectos, con las fechas
amontonadas en la agenda: 14 de junio, 5 de julio, 16 de julio, 27 de julio, 23 de
septiembre, 27 de octubre… Y esto no termina de explotar en mil pedazos. Es
desesperante escuchar el tic tac del dispositivo, sin marcha atrás, crudamente
rítmico en medio del silencio, el sudor bajando por la mejilla, la espera
eterna… Nada ocurre. Es inútil distinguir el cable rojo del azul. Ninguno
sirve.
La
ventaja de prepararse para las metas, es que aprendes a guardar las buenas
sensaciones que te dejan los datos recibidos desde las salidas. Como en una
operación a corazón abierto, seleccionamos con un preciso bisturí los “momentos de calidad” –Dani dixit- de
entre las entrañas sangrantes. Entonces resumimos: el tiempo de felicidad pasó
volando, las preocupaciones alargan las horas, relación de ideas culminadas,
trabajo bien y mal hecho, lista de ilusiones alcanzadas, cantidad de escombros
para retirar. Necesitamos ser conscientes de la ventaja que supone querer
superar la idea de ayer para que el esfuerzo de mañana valga la pena. Lo bueno de
los números es que miden los logros, cronometran nuestro ritmo, aceleran
nuestra desidia, anulan los obstáculos y nos avisan para esprintar cuando el
sudor en los ojos nos impide ver la meta.
Lo
malo, es cuando el cronómetro te insulta con sus números detenidos.