sábado, 27 de febrero de 2010

Sueños de agua

La penumbra envolvía las paredes y techos del misterioso lugar, y avanzando por el pasillo que da la bienvenida, el aroma del incienso y la humedad comenzaron a rodear los cuerpos. Poco a poco, los poros de la piel fueron cobrando protagonismo en clara ventaja a la mente, que se fue marchando de la realidad con la suavidad del esposo que cierra la puerta despacio por la mañana, cuando se marcha al trabajo para no desvelar a su mujer. Los cinco sentidos se pusieron de acuerdo y se dedicaron por entero a recibir cada aroma, color, leve sonido en forma de nota musical, sabor y textura con toda la intensidad que otorgaba la oportunidad de parar el tiempo. Un milenario paréntesis que frenó el tren de alta velocidad de las circunstancias, alimentando la cotidianidad con nuevos ingredientes, en claro enfrentamiento pacífico con la agonía de la rutina excelsa.
Cerrar los ojos, tapar la boca con un beso, mostrar la desnudez del alma sin miedo a exponerse, confiar en la mirada sin velos que la atenúen, saborear las gotas en suspensión del aire, recibir cada estímulo para ser consciente, y buscar la concentración para no concentrarse en otra cosa. Esas fueron las premisas, las únicas reglas no habladas, ni planeadas.
Aquellos sueños de agua inundaron almas, sumergieron para siempre las ruinas de una vida y abastecieron las arcas de la nave, preparándola para surcar los mares durante meses, sin necesidad de tomar tierra.

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