miércoles, 19 de mayo de 2010

La veleta en el viento
















Tiene los ojos siempre llorosos y un color amarillento oscuro en los globos oculares. La voz le tiembla al hablar y da pasos lentos, aunque yo los veo firmes. Se le ve cansado de vivir, pero su raza le empuja al cielo de los imposibles, donde acaricia sus mejillas el viento tranquilizante, que le desvela secretos por la noche, en plena madrugada para que nadie los escuche.
Se escapa de sus pulmones un aliento vacío de deseos, pero el aire que entra a través de la ventana abierta le hace conformarse con levantarse cada mañana. Ya es un avance, dadas las circunstancias.
Cuando camina por la calle se fija en el resto de pupilas clavadas en sus pies, y puede observar cómo cada una de ellas asciende hasta su misma mirada, y ahí, se esfuman. Giran rápidamente hacia cualquier parte, desaparecen para siempre, y él lo sabe. Sabe que esas pupilas no pasarán nunca de la primera impresión, jamás volverán...a no ser que él las busque. Precisamente esa sensación es lo que le ha llevado a caminar, para de esa forma, poder herirla de muerte. Por eso se levanta cada mañana. Ya es un avance, se repite. Vuelve, se queda, llora un poco y sigue adelante. Desnuda su alma enclavada en la nostalgia porque le ha comprado ropa nueva, y quiere que se la pruebe.
Sabe que sus pasos le hacen avanzar, y acoge la desesperante lentitud de la vida con calma, olvidando la angustia de la noche anterior, la jodienda del desvelo y el pavor que le provoca el insomnio, que le espera fiel en su cama.
Ahora sabe que está en un lugar, que le rodean pupilas que no se marchan a la primera. Y para mí que va a quedarse. Entre todas esas pupilas, seguramente construyan un muro de suerte para él. Un muro indestructible. Sólido.
Quedarse es un avance, se dice. No abandonar. Avanzar.
Siempre.

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