martes, 8 de junio de 2010

La otra Ítaca

Él eligió aquel número de rosas blancas porque era la cantidad de años que ella llevaba en su vida, llenos de ausencias y reencuentros. Después, y una vez que murió un verano en el que intentaba buscarla en otras lunas, resultó que fue ella la que le encontró a él, llegando con su vestido negro imponente, llena de una aplastante lógica, con la seriedad del bello ultimátum, como la última llamada del revisor en el andén. La luz de su presencia había cambiado en lo que dura un tercio, y la magia de sus palabras no era, esta vez, adornada, ni llena de temores o encadenada por sus complejos.
La nueva bruja compuso una mezcla de las más extrañas que habitaban en la tierra. De hecho, eran muy pocos los humanos que estaban hechizados por este mejunje. Sus ingredientes eran sinceros y poseían la fuerza de diez almas. Envuelta en su piel morena, su palabra era verdadera, su mirada firme y directa, y sus manos acariciaban las manos de él, para tranquilizar su sangre y asegurarle que seguía aquí, que ella había amanecido en la playa como él, recorridos ambos por la espuma de las olas, tras una larga travesía por el océano de los tiempos. Los dos se habían salvado de las tormentas infinitas que asolaron su viaje, en el que recorrieron durante todos aquellos años islas llenas de primavera, contemplando desde proa y desde popa valles eternos, a cuyos pies descansaban las costas de países milenarios, que cambiaban de nombre al paso de las edades de la tierra. Cuando llegaron a la playa de aquel bar, miraron hacia atrás, y pudieron divisar a lo lejos, casi en la raya del horizonte del mar, como los pedazos de madera del barco se hundían poco a poco, mecidos suavemente por el viento que navegaba calmado por las aguas cristalinas. Y al instante se miraron, y todo era tan perfecto que hasta las gaviotas dejaron de surcar el cielo, y las nubes grises se despidieron de sus ojos, dando paso al gigantesco sol que reaparecía para recuperar su trono y tomar las riendas de su reino.

Tras un enorme pliegue temporal digno del triángulo de las Bermudas, ambos se reconocieron por última vez en el patio interior de una galería, con el sonido sordo de música y voces al otro lado de la puerta, con desconocidos que pasaban por su lado y celebraban con ellos su llegada a tierra. Juntos decidieron construir refugios por todos los rincones de aquella playa para guarecerse de la lluvia, conscientes de haber salvado la vida. Antes de empezar, no se prometieron nada para siempre, y sólo una cosa acordaron como un pacto de sangre entre adolescentes: buscar la felicidad por encima de las olas...
…Después llegaron otros cuentos, y habrán de llegar otras certezas…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Impresionante documento!!!!
Les deseo a los personajes de esta historia la más bella de las historias de amor, que la disfruten!!

Brindaré por ellos!!!

Silvia