Tuve la suerte de cruzarme una vez en mi vida con él. Vestido con su traje y corbata negros, aguardaba paciente arrinconado, en un lado del vomitorio derecho del teatro romano de Mérida. Yo me encontraba a dos metros de él y se acercó. Me preguntó si podía adelantarse un poco para ver el espectáculo. ¿Me está pidiendo permiso? ¿Él? Pensé. Obviamente, le dejé posicionarse donde quería. Allí, callado, respetuoso, observó la parte en la que Estrella actuaba en solitario. Ese simple hecho me cautivó en él. Le delató como un ser educado, amable y sencillo.
No conocí mucho del trabajo de Enrique Morente, pero dicen de él, que era un ser culto y adelantado a todos los tiempos; comentan que "partió el flamenco", que jugó con el cante como un niño que adora a su juguete más preciado, con respeto, desde la valentía y hasta donde solo él quiso llegar.
Su hija sin embargo me hechizó desde el primer instante, y por ella fue que indagué más sobre él. Ella, días antes de aquella gala de la que tuve el privilegio inolvidable de formar parte, se relajaba con un cante y un palmeo en familia, sentada en las gradas desiertas del teatro. La gente alrededor sacaba sus móviles para fotografiarla. Yo me guardé de hacer lo propio, no por respeto, ni por vergüenza… No saqué mi móvil porque sencillamente era un momento único, y no quería perderme ni un segundo de aquella voz, de aquella mirada relajada, entre amigos.
Ellos dos fueron el broche perfecto para un verano perfecto. Uno de ellos, nos ha dejado esta tarde. Nada más conocer su marcha, toda la sangre se ha dirigido al rincón del cerebro donde tenía escondido aquel “¿Puedo “asercarme” un poquito…?”
Por supuesto, Morente.
4 comentarios:
bonita anécdota y entrañable recuerdo del Gran Morente, siempre único.
saludos
qué bonito!
jejeje Todo aquel verano fue bonito!Vainillaza!
Mu bonito el recuerdo de Morente (llevo toda la semana con el Omega en la cabeza y en casa) y gran verano festivalero, chicos. Un besazo...
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