viernes, 16 de enero de 2009

El regreso de Juanita a Valdearenales

Foto: Cabo da Roca. Punto más occidental del continente europeo. Portugal

Nada más salir del letargo literario provocado por las fiestas y fiestas... y más fiestas, el hombre nace de nuevo, muerto ya el niño. Ya incluso cumplí los treinta y no había vuelto a pasar por aquí, si no era para ojear otras lunas... pero también aletargadas, permanecían sin fertilidad.
Tras vivir un periodo intenso, el hombre ha caminado entre el saberse seguro de una recuperación, y las brasas aún humeantes del dolor por pérdidas varias, que han ido desvaneciéndose con el caminar torpe de este inicio de 2009, hasta llegar a la punta de mis dedos, hoy, escribiendo de nuevo.

Para observar que todo está como hasta ahora, y sin embargo, una sombra lunar lo hace distinto, dibujando formas extrañas en la noche, como cuando despiertas en medio de una garganta en plena Vera, y las rocas parecen moverse en la quietud. Vaya, un recuerdo escondido...

Llegados a este punto, sólo se me ocurre pensar que tengo todo lo que necesito, y no ansío nada con tanta intensidad como para perder la cabeza. El mundo es demasiado grande, hay muchas lunas por observar y muchos pequeños rincones que esconden cosas que pueden interesar. Si hay algo que ansío es seguir explorando y explorándome, eso sí, viviendo la felicidad, en lugar de buscarla.
Lo estable, lo normal, siempre me aburrió. Escondí mil besos y abracé a mil lunitas; canté hasta desgarrarme y toqué a mi Juanita con los dedos sangrando; bebí siempre para celebrar, y sólo en una etapa de bajada al Hades, para olvidar. Pero siempre brindé; salté de alegría por las buenas noticias, y lloré intensamente lo perdido, como se merecía ser llorado; me acurruqué en mantas de pelitos por el frío y exclamé un "esto es vida compadre!" al sol caliente de una playa portuguesa; formé dos grupos de música que a lo único que llegaron es al hueco de mi recuerdo; tomé parte de sueños logrados; me enamoré y desenamoré con igual fuego; reí a carcajadas por casi todo y con casi todos, dándolo todo en cada risa, que a no ser que no fuera intensa, no merecía ser reída; me salieron hermanitas postizas; aprendí a ser capaz de fabricar de nuevo lámparas de papel... y sobre todo, escuché más de un millón de músicas que provenían de la misma tierra, para poder cantar cada instante.

Al fin llegaron los treinta, y me encuentro en una isla a la que acabo de llegar. Mi barca tiene unos cuantos arañazos, pero no son nada. Seguro que se curarán. Miro al fondo de la isla con el mar a mi espalda, y ahí estás tú, saliendo de tu escondite por sorpresa, llevas mi mano en la tuya a una hoguera, alrededor de la cual están todas esas lunas que tanto necesito, y Juanita empieza a cantar, a pesar de sus años.

Sí. Tengo treinta. Y como dice la canción: "Si diez años después, te vuelvo a encontrar en algún lugar, no te olvides que soy distinto de aquel, pero casi igual".

3 comentarios:

Los viajes que no hice dijo...

Cumpliste treinta y yo no estuve, pero estuve :P

Y no es mal balance para dejar atrás, ¿no?

Anónimo dijo...

Tres son las décadas que te persiguen, pero estoy convencida que tu vuelas, vuelas muy alto. Y esas sonrisas son las alas de tu própia libertad, que hacen subir y subir cada vez mas alto.
Los demás subimos de vez en cuando para celebrarlo contigo!!!
OTROS 30 Y SUBIENDO!!!!!

Anónimo dijo...

Con algunos rasguños...pero el tiempo y las personas que te quieren,aunque estén a mil kilómetros de ti, (o más) te brindarán el barniz que las tape para seguir navegando más lejos o si lo deseas para estar tranquilamente amarrado a algún puerto dejándote mecer por el mar pero, mirando a la luna y a la estrellas.

Mil besotes