jueves, 19 de agosto de 2010

Gris

Fotografía: JjOrtíz http://www.flickr.com/photos/elsombrereroloco/


La materia gris, esa que te rodea cuando todo va bien, acechando, siempre preparada para nublar tu cielo, es perenne, está enquistada y es inmortal.
Te cierra los ojos, a pesar de tu afán por mantenerlos abiertos, al igual que cuando el sueño se apodera de ti en una carretera oscura, mientras conduces hasta casa.
Anula tu palabra, bloqueando cada conexión neuronal que permite la articulación de tu boca, de tu lengua. Como una niebla mortecina, se encumbra hasta la cima de tu ser para quedarse ahí, en suspensión.
Sólo tus oídos quedan libres para recibir cada estímulo grisáceo, seco. La costra maloliente de la realidad gris que te amenaza espera fuera. Prepara su plan para entrar en ti, matando a su paso toda brizna de hierba.
Como en un faro misterioso y legendario te encuentras. Siempre acudes, jadeando a cada escalón, hasta su luz gris. Cambias la orientación manipulando su espejo y luchando contra la maquinaria pesada que lo integra. Allá abajo, en el mar, gris a los ojos de la luna, las olas mueren en la roca de tu esencia, se bañan en tu pesadilla para abrir tus poros y sellar tus heridas.
Tu arma son tus pupilas, tu aliado el tiempo y tu enemigo más temido, tú mismo.
La presencia gris dura un segundo, que parece toda tu vida. Al marchar, te dedica una mirada fría y descolorida. Avisa de su vuelta, infringiendo al tiempo en ti un hechizo maligno que te lleva a la amnesia, para que duermas en la calma, para que mueras en paz, por el momento.

jueves, 12 de agosto de 2010

El cazador y la leona




Hubo una vez un hombre experto en la caza de toda clase de especies. Durante sus años de vivencias en el monte, había logrado apresar ejemplares bellos y hermosos, muy diferentes entre sí, pero con una cualidad común: eran rarísimamente únicos. La causa de esta enorme eficacia, era la dedicación casi exclusiva para este fin de aquel hombre, que cada noche, agazapado entre la maleza, llegaba a los lugares más inaccesibles, escondidos y misteriosos. Sus deseos de lograr el ejemplar de su vida no conocían techo.
Sin embargo, tenía un defecto. Cuando conseguía dar caza a un determinado animal, lo cuidaba con un cariño directamente proporcional a la rapidez con la que lo abandonaba. No quería quedarse con ningún ejemplar, por muy hermoso que éste fuera. Bien por no ensuciar la casa, o por la imposibilidad de cuidarlo, o por el clima, o porque simplemente, no tenía ganas. Sea cual fuere la razón, siempre había una buena excusa para dejar de nuevo solo al animal.
Una noche la suerte no acompañó al cazador, que estaba a punto de ver cómo los primeros rayos del sol irrumpían en el cielo, con su bolsa de cazar animales vacía. Cuando empezó a recoger todos sus enseres para marcharse a dormir, pudo sentir una presencia detrás de sí. Despacio y disimuladamente, cogió su arma y la agarró con firmeza, pero suavemente, como había que hacerlo. Al darse la vuelta y apuntar al bulto, resultó ser un increíble ejemplar de leona, pero con algunas diferencias más allá de las normales.
Su piel, bañada ya por la luz tenue del sol, era de un color no inventado, sus ojos desprendían un brillo azabache profundo, y su complexión era absolutamente perfecta, como de estatua milenaria. Su rostro desprendía tal serenidad, que el cazador fue bajando el arma poco a poco, obnubilado por aquel animal.
Decidió entonces acariciarle lentamente el lomo, a lo que la leona respondió con gestos de cariño, meneando la cabeza contra el cuerpo del hombre. Pronto iba a ser la hora del desayuno, de modo que ambos, leona y cazador, emprendieron el camino a su cabaña.
Tras ese desayuno conjunto, vinieron otros muchos, ya que el cazador se quedó con la leona permanentemente, olvidando por un tiempo su más preciada pasión.
Tras unos meses de tranquilidad cuidando de la leona, el cazador volvió a sentir ganas de salir de faena. Pero la leona lo miraba con recelo cada vez que hacía el amago de agarrar su arma, porque no quería que los animales del bosque tuvieran miedo nunca más.
Entonces él, empezó a salir clandestinamente mientras la leona dormía. Procuraba tardar poco y acudía a los lugares estratégicos con rapidez y muchos nervios. Por eso, nunca conseguía apresar nada. Cada vez que regresaba con las manos vacías, se quedaba mirando a la leona, que seguía recostada en la chimenea. Reflexionaba un momento, pensaba en su fracaso, y tras unos minutos, cuando la leona se relamía entre bostezos despertando y le miraba fijamente, ahí parado, su frustración moría en el momento. A pesar de la inactividad de su rifle, era feliz.

Cuando un mal día la leona descubrió el engaño, salió velozmente de la cabaña y se adentró en el bosque. El cazador nunca más supo de ella, y el resto de animales de la zona parecieron marcharse junto a la desilusión de la leona. El pobre hombre echó de menos al único animal que había acogido en su casa durante el resto de su vida.
En su lugar, eran ahora la ambición y la soledad las que dormían todas las noches recostadas en la chimenea.

domingo, 8 de agosto de 2010

Segunda expedición




Amadeo está en la fila de asientos contraria a la mía, en el camino a casa tras otro viaje a Chipiona. Me he sorprendido mirándole embelesado, rescatando la semana tan maravillosa que me ha hecho pasar. Me encantan sus ojos color miel, grandiosos, clavados en la ventana mientras repite movimientos con la boca en una de sus estereotipias, inacabables salvo al darse cuenta de que estoy embobado, observándole en silencio. En ese instante, se ha reído una vez más.
Dicen que en la residencia donde vive no es el mismo que cuando viaja a la playa. Se sienta en la entrada callado, y sólo habla cuando pasa alguien para decirle que su madre le ha regalado un dulce grande. Con nosotros, sin embargo, no para de hacer el payaso con la misma ironía de un señor mayor encerrado en un niño.
Este paréntesis de arena y sol junto a él me ha acercado más a la persona que quiero ser; tras un tremendo trabajo de una semana duchándole, durmiendo con él, apoyándole en todo para que haga lo más posible, me doy cuenta de que sigue siendo una labor insuperablemente hermosa, a pesar de los años y el cansancio. Y me siento fuerte de nuevo. Tomo aire fresco para soportar lo que resta de este largo y asfixiante verano, mucho más tedioso de lo que hubiera imaginado al acabar mayo, con sus pinceladas de felicidad llenando todo el cuadro.
Intento explicarme entonces por qué razón llevo quejándome en todo este tiempo, teniendo todo lo que necesito. Suelo separar psicológicamente esta época del resto del año porque me parece especialmente intensa. Y en esta ocasión, la explosión de recuerdos de veranos ya muertos me impide escuchar el presente con claridad, a pesar de tener bien pegada la oreja. Me empeño en no dejar que una flor enferma envenene todo el jardín de bambalinas que veo todas las noches desde la distancia del sueño, mientras aquí a lo lejos, tengo otro jardín que cuidar cada día.
Lo cual casi me destierra de mi casa anterior y de mi jardín anterior.

Amadeo me interrumpe para preguntar cuánto falta para llegar a casa y decirle a su madre una y otra vez que le he regalado una camiseta. Me hace muy feliz que me abrace y me diga "te quiero mucho" con su voz diafragmática y engolada. Me da aire fresco a espuertas, insisto, para poder seguir adelante en medio de este calor.