Llevo dos días encarcelado en esa llamada. Me han condenado por
ignorante. Por cumplir seis años y un día arrastrando un recuerdo que hasta
ahora, mojaba las pupilas cuando se mostraba de súbito, como un personaje
absurdo del pasaje del terror. En el teatro, trabajando en una oficina carente
de adornos, en la isla, en una feria de pueblo… Siempre de golpe, volcando en
cada aparición la esencia de lo que quedó del naufragio. Se salvaron libros
fabricados a mano, figuritas indescriptibles, fotografías de vidas pasadas, y
en una caja de cartón que suponía la última, envueltas en un sobre, hojas secas
conservadas como una joya ciertamente valiosa. Con todo ello me encuentro ante la hoguera preparada
para las brujas del lugar. Ésas que, con sus blasfemias y manifestaciones
obscenas les roban la música a los niños y la paz a los hombres.
Vuelve la melodía de teléfono que no puedo recordar. Las risas
que ese día me alegraron en aquella plaza se muestran ahora diabólicas. Casi no las reconozco
porque se confunden entre ellas, no se dejan hablar, se baten en duelo con sus
lenguas llenas de mentira organizada, disfrazadas de plan perfecto. Trajiste la melodía en bandeja, infectada de olvido,
llena de saliva pútrida y venenosa. Como en una de esas historias griegas que
nunca sitúo, cuyos dioses y hombres se mezclan en una bacanal de tragedia,
entraste en mi casa ayudado por la clandestinidad de la noche, ebrios los
sentidos, rota la cordura. Ocultado bajo una inmensa máscara, para que se te
viera bien desde el último asiento de la platea, abriste la última caja de cartón.
Cinco palabras pronunciadas a medias desde tu eterna cobardía sin aire, bastaron
para el clímax inesperado. De reojo, vi cómo ella sonreía en el palco sujetando
sus prismáticos para no perder detalle. El epílogo se componía de un teléfono, cuya
melodía no puedo recordar y del cual resurgían de nuevo las risas que se
amontonaron en la puerta de la habitación. Terminaba la épica, comenzaba la esquizo-frenia.
El héroe caído quedó ausente. Las ruinas que de nuevo decoraron
su casa vigilaron su duermevela, atrapado en una cárcel de papel y alambre, con
los ojos llenos de norte, con la condena dictada, la cama revuelta y la locura
perfectamente ordenada. Aquella noche no soñó con brujas obscenas. No soñó con
la bruma pesada de las madrugadas de este agosto vacío. No pudo ver las velas
rasgadas de su nave. No tuvo pesadillas, ni habló solo entre espasmos al bajar
un bordillo. Le fue imposible vislumbrar su Arcadia, agonizante durante años,
hundida ahora muy lejos en la distancia, muy profundo hacia el sol terrenal. Aquella
noche, simplemente no soñó nada.
A la mañana siguiente, tu cobardía se hizo ausencia. El héroe se
tumbó en una playa hecha de escombros. A lo lejos divisó una rosa de espuma que
se batía con la muerte en la misma raya del horizonte. Comprendió que era tu
conciencia, que agonizante, destrozaba en mil pedazos el espejo del mar.
“De lo que fue, cenizas…”,
sentenció.
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