lunes, 7 de julio de 2014

El Reino de las Decisiones


En las primeras andanzas de la tierra, cuando el mundo estaba formado tan sólo por un inmenso continente, existió un archipiélago alejado de aquel gran pedazo de tierra. En una de sus islas se fundó el Reino de las Decisiones, donde todo estaba impregnado de futuro y los errores del pasado se encerraban en jaulas de oro, colocadas cuidadosamente en cada esquina para que todos los habitantes los tuvieran bien presentes. Había en aquella isla decisiones de todo tipo: las peligrosas, que se pasaban el día practicando deportes de aventura; las seguras, que nunca arriesgaban más de lo debido; había decisiones meditadas, que eran las dueñas del tiempo y las valientes, que eran las que más prosperaban. También vivían allí las decisiones erróneas, a las cuales, tras ser juzgadas, se les daba la oportunidad de redimirse desandando el camino recorrido. Y es que la vida en aquel lugar era rápida, la ilusión iba siempre en aumento y todas las decisiones llegaban a alcanzar las metas que se proponían.


Un mal día, un barco misterioso arribó a las costas de la isla de las decisiones. Era noche cerrada y la luna nueva no permitía percibir objeto o persona alguna. De pronto, de su cubierta comenzaron a descender como fantasmas los habitantes del País de las Dudas, que vivían en otra de las islas del archipiélago, de hecho la más alejada. En lo que parecía ser un ataque a traición, se colocaron en fila a lo largo del puerto y tras encender cada una de las dudas tripulantes una antorcha, avanzaron hacia el centro de la única ciudad de la isla, donde vivían todas las decisiones. Para sorpresa de todos, sin ningún tipo de miramiento, las dudas sacaron a cada familia de su casa, prendiendo fuego después a todo lo que veían. La ciudad quedó arrasada y todas las decisiones fueron secuestradas y trasladadas al barco negro. El general de las dudas habló:
-¡Esto es un secuestro! ¿Pensabais de verdad que ibais a crecer y prosperar sin ayudarnos? ¡Nadie más nos dejará en la estacada! ¡Desde hoy sois nuestros prisioneros! –El general hizo un gesto al timonel y éste a toda la tripulación. El barco partió hacia la oscuridad dejando tras de sí un hilo de luz amarilla proveniente de las llamas.
En la única montaña de la isla, un pequeño reducto de decisiones observaba el desastre. Eran las más puras y limpias, las jóvenes, aquellas que acababan casi de nacer y estaban repletas de ilusiones y sueños. Se habían librado del gran secuestro al estar fuera de la ciudad en ese momento, disfrutando de unos días sin complicaciones. Una de ellas alzó la voz:
-Queridas amigas. Esto es intolerable. No podemos permitir que aprisionen de nuevo al resto de nuestras decisiones, a las mayores que ha habido y habrá. ¡Tenemos que ir en su busca!
Naturalmente, ninguna dudó un instante, fueron al puerto a por sus pequeñas embarcaciones y tras aprovisionarse de enseres y víveres para la travesía, se pusieron en marcha. El sol se desperezaba y liberaba ya sus primero rayos, acostado todavía sobre el mar.


Tres días después, al borde del anochecer, las decisiones más pequeñas divisaron tierra. El País de las Dudas estaba rodeado de un enorme muro que las defendía de sus propios miedos. Las embarcaciones decidieron rodear en silencio toda la isla en busca de una entrada por la que acceder al horrible lugar. A pesar de la dificultad, pues estuvieron largo tiempo dando vueltas a la isla, finalmente una de ellas logró encontrar un recoveco entre unas rocas cerca de la costa. Fue por ahí por donde entraron todas las decisiones. El poblado de las dudas, el único también de la isla, estaba a su vez amurallado pero sin vigilancia, pues nunca se habían decidido a guarecer su propio hogar. No obstante, las pequeñas decisiones optaron por adentrarse en el pueblo sin hacer ruido, no fuera a ser que, por una vez, a alguna duda se le ocurriera tomar una alternativa y atacarlas.
Cuando llegaron a la plaza del poblado, todas las dudas dormían como un tronco y fue en ese momento cuando las valientes y pequeñas decisiones se dividieron para encontrar las cárceles donde estaban prisioneras sus compatriotas. Una vez que todas fueron liberadas, la más vieja de las decisiones, y por tanto la más sabia, habló:
-Queridas amigas. Os agradezco en nombre de todas las prisioneras vuestra valentía al venir a por nosotras. Sin embargo, tenemos que hacer algo con este problema. No es la primera vez que ocurre, pero me gustaría que fuera la última. Si hoy nos vamos a casa, mañana las dudas volverán a nuestra isla y quién sabe si sobreviviremos la próxima vez. A pesar de su desorden, las dudas son más peligrosas de lo que pensamos y yo estoy vieja para seguir con más guerras. Es la hora de sentarse a dialogar.
Todas las decisiones asintieron sin abrir la boca, pues la más sabia de ellas siempre las había llevado por buen camino. De modo que se colocaron en el centro de la plaza y llamaron a gritos a las dudas. Éstas, realmente con la boca abierta, fueron acercándose al lugar con su general al frente, que al principio dudó un poco pero que finalmente se decidió a hablar:
-¡Es inaudito que vengáis aquí! ¡Esta es nuestra isla y no tenéis permiso para pisarla!
-Vosotros hicisteis lo mismo hace tan sólo tres días, ¿lo recuerdas? –contestó sin vacilar la decisión anciana.
-Es cierto…No sé qué pensar… -titubeó el general sin parar de mirar a todas partes.
-Escúcheme general –comenzó la anciana –Esta situación se alarga en el tiempo. Nosotras no podemos continuar con este problema y mi deseo es que vosotras tampoco lo prolonguéis. ¿Cuál es el motivo de vuestro ataque continuo?
-Verá, señora decisión mayor… -contestó el general –Los ciudadanos y ciudadanas, las dudas de esta isla, están perdidos. No saben qué hacer con sus vidas. Unos se aburren, otras vagan por las calles delinquiendo en ocasiones y el caos aquí es total. Solo consigo que se sientan bien cuando atacamos vuestra isla y os anulamos como decisiones que sois.
-Es decir, que bebéis de nuestra desgracia… -dijo con tristeza la anciana decisión mayor.
-¡Exacto! Sin vuestro sufrimiento no somos nada. Es como si no existiéramos. Os necesitamos tristes para sobrevivir… -el general tomó asiento e invitó a la anciana a hacer lo mismo. El resto de presentes observaba atentamente. Tras un largo silencio, la anciana se dirigió al general, pero alzando la voz para que todos la escucharan:
-Es cierto que nosotras, las decisiones, podemos provocar envidias por todo el mundo. También es cierto que vosotras, las dudas, no sabéis nunca qué camino escoger. Sin embargo, tengo algo que deciros. –Todos se sumieron en un silencio atento y sepulcral. –Es necesario que sepáis que ambas poblaciones nos necesitamos la una a la otra… –Un murmullo de incredulidad se alzó tras esta afirmación. La anciana levantó los brazos pidiendo atención.
-Lo bueno de las decisiones de mi isla, señor general, es que a veces, van acompañadas de cierta indecisión. Si no fuera así, no tendríamos miedo y el miedo es necesario. Sin él, seríamos decisiones incautas y duraríamos muy poco en esta tierra. Por otra parte, vosotras, las dudas, existís primero de nosotras. Lográis nacer antes que nosotras. Solo que luego, cuando tomamos forma, escapamos de vuestras manos y quedáis huérfanas de compañía… -Alguien estuvo a punto de aplaudir, pero al no ser acompañada, se arrepintió. Era una duda, claro.
-Tienes mucha razón, anciana, pero ¿cuál es la solución a todo esto?
-Verás, amigo general –a estas alturas del debate, la anciana había cogido confianza – Nosotras, las decisiones, tenemos que seguir avanzando y dado que vosotras sois necesarias, he decidido confesaros algo. –Las dudas no sabían si alegrarse o llorar. -Se dice que en esta isla, bajo su tierra, se haya escondido un laberinto. Es el más grande del mundo conocido y está oculto justo bajo nuestros pies. Se cuenta que los dioses antiguos lo utilizaban para depositar en él sus dudas y tomarse su tiempo antes de elegir el camino correcto. –contó la anciana.
-Siempre he oído rumores, pero nunca supe si debía atenderlos…-dijo despistado el general de las dudas.
-Os propongo a todos una misión –alzó de nuevo la voz la anciana decisión. –Cojamos, todo aquel que pueda, una herramienta cualquiera, una pala, un pico, ¡las propias manos! Trabajemos juntos para descubrir este laberinto y ofrecerle a las dudas algo en lo que ocupar su tiempo.
Sin miramientos, las decisiones comenzaron a trabajar mientras las dudas las seguían sin saber muy bien qué hacer. Durante la ilusionante misión, cada una de las decisiones se hizo amiga de una duda y consiguieron avanzar más rápido. El panorama días después era increíble. Todos se esforzaron codo con codo hasta que una semana después, el gran laberinto lleno de caminos que iban a todas partes apareció ante sus ojos.
Al término del trabajo, tanto las decisiones como las dudas aplaudieron fuerte y se abrazaron amigablemente. Por fin las dudas habían hecho algo productivo y las decisiones estaban satisfechas por la gran idea que tuvo su líder, la anciana decisión mayor.
Tras este histórico día, las dudas poblaron felices su propio y ahora valioso laberinto, caminando de un lado a otro, mientras que las decisiones seguían prosperando en su isla. De vez en cuando, cuando alguna decisión necesitaba tomarse su tiempo, viajaba al laberinto de las dudas para jugar despreocupada con ellas. De ese modo, liberaba la mente y lograba encontrar en cada ocasión una salida diferente.
Chesku

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