Había
una vez un anciano experto con sus manos que vivía en un pequeño pueblo de
montaña. Apenas cincuenta habitantes se repartían las tareas del día y vivían
de sus prados y sus animales. El anciano, además de cuidar su huerto con mimo y
dedicación, reparaba todo lo que sus vecinos le traían al taller, situado en su
propia casa, donde también fabricaba toda clase de objetos con multitud de
materiales. En cierta época se interesó por la música, tan ausente en aquel
lugar alejado del mundo y decidió fabricar guitarras clásicas. Fue tan exitosa
su idea, que pronto empezaron a llegar visitantes de otras poblaciones,
atraídos por el arte con que el anciano elaboraba los preciosos instrumentos
que empezaron a resonar por toda la región. Así transcurrieron varios años de
prosperidad para el artista de las manos.
Con
el tiempo, el anciano fue perdiendo facultades. La vista y la destreza manual
fueron mermando, con lo que no tuvo más remedio que rechazar cada vez más
encargos. Casualmente en esos días llegó al pueblo un excéntrico músico,
atraído por la fama del artesano de las guitarras y le hizo un encargo.
-Necesito
una gran guitarra, una especial con la que pueda irme de gira el próximo
verano. Me hablaron de su labor y estoy muy interesado en encargarle esto. Dicen
que trabaja rápido y bien… ¿cuánto pide?
-No
es cuestión de dinero, joven. Verá mi habilidad está… -El viejo no quería
engañar a nadie, pero el músico insistió. –No me diga que no puede hacerlo.
Sólo quiero su guitarra. No me moveré de aquí hasta que la consiga.
-Pero
joven, ya no soy el mismo de antes, no tengo la misma destreza… ¿por qué yo? ¿Qué
se le ha perdido por aquí?
-Oiga,
me dijeron que usted es el mejor. Tengo poco tiempo antes de empezar mis
conciertos y usted no sabe lo caprichosos que podemos llegar a ser los músicos…Confío
en usted, ¡tengo prisa!
-¿Cuándo
empieza su gira? –Preguntó el anciano –En apenas cinco semanas tengo que estar
en el primer destino… -el viejo quedó pensativo sin dejar de mirar al extraño
visitante. Al final, accedió.
-De
acuerdo –dijo resignado el anciano. –En un par de semanas tendrá su guitarra.
Casi
transcurrió un mes, cuando el músico fue a visitar al anciano a su taller,
extrañado por la tardanza del encargo. Al entrar en la estancia, el viejo
estaba de espaldas, meditando frente a un objeto. –No lo entiendo...
–susurraba. El músico llamó a la puerta y el anciano, sobresaltado, se dio la
vuelta.
-Ah!,
es usted… -el viejo no parecía contento. –Pase, tengo malas noticias… El músico
rodeó la mesa central y se acercó al anciano. –Eso, ¿eso es mi guitarra? –dijo
ansioso.
-Sí,
es su guitarra. Pero hay un problema. –el viejo se levantó y agarró el
instrumento. –Verá, como le dije ya no soy el de antes. Me pidió una guitarra y
la he terminado. Pero he olvidado que tenía seis cuerdas. Solo he fabricado
cinco cuerdas, con sus cinco clavijas y un mástil listo para albergar cinco…cuerdas…-el
pobre hombre no salía de su asombro. -No sé qué ha podido pasarme… -el viejo
volvió a su asiento meneando la cabeza.
-¡Menuda
faena! ¡Cómo ha podido ser tan torpe! –El músico no reaccionó de manera muy
educada… -¡Vaya! ¡Un mes perdido en este pueblucho! –el viejo quiso reparar la
situación.
-Si
me la deja de nuevo, puedo solucionar el error, no creo que…
-¡No
tengo tiempo para quedarme más! ¡La gira empieza en una semana y no tengo
guitarra! –el músico cerró la puerta tras estas palabras ignorando el
instrumento defectuoso. Algunos vecinos oyeron sus voces maldiciendo calle
abajo. Seguramente no le verían más por allí. El viejo se quedó pensativo
apoyando sus manos sobre la malograda guitarra. Sus ojos entrecerrados parecían
visualizar el fin de su trayectoria. –Desde luego, creo que tengo que dejar de
trabajar… -Tras este pensamiento silencioso, sus lágrimas recorrieron las
arrugas del anciano, consciente del fin de una etapa. La guitarra le miraba
fijamente.
Desde
aquel suceso, el anciano quiso reducir su actividad considerablemente. Solo
atendía pedidos sencillos, sin mucha complicación y normalmente, ni siquiera
cobraba el trabajo a sus vecinos. La luz que en otros tiempos irradiaban sus
manos se apagaba poco a poco. La guitarra mal fabricada reposaba en lo alto de
un estante coleccionando polvo y tiempo. De vez en cuando, el viejo la ofrecía
a un artista que pasaba por el pueblo, a comerciantes de toda clase de
baratijas y hombres de negocios importantes, a quien pudiera quererla… Pero
todos respondían lo mismo. “¿Qué hago yo con esto?, ¿Para qué sirve una
guitarra tan mal hecha? ¡No necesito una guitarra de cinco cuerdas!” Incluso
bromeaban con el ofrecimiento. “Rómpala en mil pedazos y caliéntese en
invierno, jajajaja…”. En un momento dado, el viejo se rindió, no quiso saber
nada más de la guitarra y la colocó con tristeza en el olvido.
Transcurrieron varios meses cuando una mañana muy temprano, llamaron a la puerta del taller y el anciano extrañado, pues no solía recibir visitas al amanecer, abrió la puerta. En el umbral, la sombra menuda de un niño de seis años entraba hasta los pies del anciano.
Transcurrieron varios meses cuando una mañana muy temprano, llamaron a la puerta del taller y el anciano extrañado, pues no solía recibir visitas al amanecer, abrió la puerta. En el umbral, la sombra menuda de un niño de seis años entraba hasta los pies del anciano.
-Hola.
¿Es usted el fabricante de la guitarra de cinco cuerdas?
-Sí,
soy yo…Si vienes a reírte mejor que te marches por dónde has venido.
-No
vengo a reírme. –el niño le miraba fijamente. –Dicen que la regala. ¿Es cierto?
-Sí,
lo es. –refunfuñó el anciano recién levantado. –Pero hace mucho tiempo que
nadie la quiere.
-¿Me
la regalaría a mí? –el viejo abrió los ojos de repente. -¿A ti? ¿Para qué la
quieres? Tiene solo cinco cuerdas, no sirve para nada…
-Eso
no es cierto. –respondió muy seguro el niño. –A mí me serviría.
-No
entiendo por qué. Nadie la quiere y todos tienen razón. No sirve.
-Oiga,
la guitarra, ¿suena bien? –se interesó el niño.
–Suena
como puede con cinco cuerdas, o sea que no suena igual que todas.
-Entiendo.
Y… ¿de qué color es? –el viejo extrañado miraba al niño de arriba abajo.
-Pues
es de madera, ¿entiendes? Es…eso, ¡de madera! –el viejo se notaba menos
paciente que en otras épocas.
–Ya.
¿Conserva el cuerpo y el mástil?
-¡Pues
claro! Pero te repito que tiene cinco cuerdas…No es una guitarra normal.
-Verá
señor. Yo no necesito una guitarra normal. Yo necesito la que usted fabricó. No
me importa que tenga una cuerda menos. Escuche. Tengo seis años y las manos muy
pequeñas. En el colegio me han dicho que se me da bien tocar la guitarra pero
sufro mucho con mis pequeñas manos. No puedo tocar las guitarras normales. Por
eso necesito la suya. Si me deja probar su mástil más pequeño y sus cinco
cuerdas, seguro que la podré tocar mejor… ¿entiende? -El viejo no reaccionó por
un segundo. Sin embargo, lo que el pequeño chico decía tenía sentido.
-Chico,
entiendo tu historia, pero… Es que no va a sonar bien, porque las guitarras
tienen seis cuerdas, para llegar a todas las melodías, los acordes… No se…
-¿La
ha probado alguna vez? –el viejo recapacitó –Pues, no, la verdad…
-Usted
déjeme probarla. A lo mejor funciona. –El viejo acabó rendido. –Vaya, parece
que tenemos un pequeño y terco hombrecito en lugar de un crío de seis años… -el
niño sonrió por primera vez. Deseaba esa guitarra.
El
viejo invitó a pasar al menudo invitado y le ofreció asiento mientras iba a por
la guitarra. A su vuelta, el niño se levantó y abrió los ojos como si estuviera
delante de un enorme tesoro. En su cara se reflejaba una ilusión fuera de lo
común. -¡Es preciosa! –el anciano le miró por encima de sus gafas nuevas.
–calma, chiquillo, no es para tanto…Toma, aquí tienes tu guitarra.
El
pequeño agarró el instrumento con las dos manos, una para el mástil, otra para
el cuerpo de la guitarra, un tanto sucia por el paso del tiempo. Acto seguido,
buscó un taburete para sentarse a probarla sin más reparos. Cuando lo encontró
apoyó la guitarra en sus piernecitas y la cabeza en el cuerpo de madera,
mirando al mástil. El viejo observaba en silencio. El niño acercó su mano
izquierda al mástil, con un leve movimiento a medio camino entre la emoción y
el pánico.
Cuando
los dedos de su mano descansaron en las cinco cuerdas de su guitarra nueva,
ésta empezó a cantar… Obviamente estaba desafinada, pero el chico sabía lo que
se hacía y se esmeró por encontrar el sonido perfecto. Cuando consiguió emitir
algo parecido al acorde “DO”, una enorme sonrisa iluminó la cara del chaval. Lo
había conseguido.
-¿Lo
ve señor? ¡Suena bien! ¡Gracias señor! ¡Muchas gracias! –el viejo seguía fijando
su mirada en el chico, al tiempo extrañado, al tiempo feliz. –No ha sido nada,
chico. Disfruta… disfruta tu guitarra… -el anciano miró hacia otro lado con la
mirada empañada. -¿Ocurre algo señor? –el chico dejó a un lado la guitarra y se
acercó al artesano. –No es nada, solo que creía que nadie querría nunca esta
guitarra. Eres muy pequeño para sorprender así a un vejestorio como yo…
-Anda,
señor, no llore. Por favor, debe estar contento. Su trabajo ya no puede ser el
de antes, pero a mí me ha fabricado la guitarra perfecta. Se lo agradeceré toda
la vida.
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