viernes, 18 de julio de 2014

La guitarra de cinco cuerdas

Había una vez un anciano experto con sus manos que vivía en un pequeño pueblo de montaña. Apenas cincuenta habitantes se repartían las tareas del día y vivían de sus prados y sus animales. El anciano, además de cuidar su huerto con mimo y dedicación, reparaba todo lo que sus vecinos le traían al taller, situado en su propia casa, donde también fabricaba toda clase de objetos con multitud de materiales. En cierta época se interesó por la música, tan ausente en aquel lugar alejado del mundo y decidió fabricar guitarras clásicas. Fue tan exitosa su idea, que pronto empezaron a llegar visitantes de otras poblaciones, atraídos por el arte con que el anciano elaboraba los preciosos instrumentos que empezaron a resonar por toda la región. Así transcurrieron varios años de prosperidad para el artista de las manos.

Con el tiempo, el anciano fue perdiendo facultades. La vista y la destreza manual fueron mermando, con lo que no tuvo más remedio que rechazar cada vez más encargos. Casualmente en esos días llegó al pueblo un excéntrico músico, atraído por la fama del artesano de las guitarras y le hizo un encargo.
-Necesito una gran guitarra, una especial con la que pueda irme de gira el próximo verano. Me hablaron de su labor y estoy muy interesado en encargarle esto. Dicen que trabaja rápido y bien… ¿cuánto pide?
-No es cuestión de dinero, joven. Verá mi habilidad está… -El viejo no quería engañar a nadie, pero el músico insistió. –No me diga que no puede hacerlo. Sólo quiero su guitarra. No me moveré de aquí hasta que la consiga.
-Pero joven, ya no soy el mismo de antes, no tengo la misma destreza… ¿por qué yo? ¿Qué se le ha perdido por aquí?
-Oiga, me dijeron que usted es el mejor. Tengo poco tiempo antes de empezar mis conciertos y usted no sabe lo caprichosos que podemos llegar a ser los músicos…Confío en usted, ¡tengo prisa!
-¿Cuándo empieza su gira? –Preguntó el anciano –En apenas cinco semanas tengo que estar en el primer destino… -el viejo quedó pensativo sin dejar de mirar al extraño visitante. Al final, accedió.
-De acuerdo –dijo resignado el anciano. –En un par de semanas tendrá su guitarra.
Casi transcurrió un mes, cuando el músico fue a visitar al anciano a su taller, extrañado por la tardanza del encargo. Al entrar en la estancia, el viejo estaba de espaldas, meditando frente a un objeto. –No lo entiendo... –susurraba. El músico llamó a la puerta y el anciano, sobresaltado, se dio la vuelta.
-Ah!, es usted… -el viejo no parecía contento. –Pase, tengo malas noticias… El músico rodeó la mesa central y se acercó al anciano. –Eso, ¿eso es mi guitarra? –dijo ansioso.
-Sí, es su guitarra. Pero hay un problema. –el viejo se levantó y agarró el instrumento. –Verá, como le dije ya no soy el de antes. Me pidió una guitarra y la he terminado. Pero he olvidado que tenía seis cuerdas. Solo he fabricado cinco cuerdas, con sus cinco clavijas y un mástil listo para albergar cinco…cuerdas…-el pobre hombre no salía de su asombro. -No sé qué ha podido pasarme… -el viejo volvió a su asiento meneando la cabeza.
-¡Menuda faena! ¡Cómo ha podido ser tan torpe! –El músico no reaccionó de manera muy educada… -¡Vaya! ¡Un mes perdido en este pueblucho! –el viejo quiso reparar la situación.
-Si me la deja de nuevo, puedo solucionar el error, no creo que…
-¡No tengo tiempo para quedarme más! ¡La gira empieza en una semana y no tengo guitarra! –el músico cerró la puerta tras estas palabras ignorando el instrumento defectuoso. Algunos vecinos oyeron sus voces maldiciendo calle abajo. Seguramente no le verían más por allí. El viejo se quedó pensativo apoyando sus manos sobre la malograda guitarra. Sus ojos entrecerrados parecían visualizar el fin de su trayectoria. –Desde luego, creo que tengo que dejar de trabajar… -Tras este pensamiento silencioso, sus lágrimas recorrieron las arrugas del anciano, consciente del fin de una etapa. La guitarra le miraba fijamente.
Desde aquel suceso, el anciano quiso reducir su actividad considerablemente. Solo atendía pedidos sencillos, sin mucha complicación y normalmente, ni siquiera cobraba el trabajo a sus vecinos. La luz que en otros tiempos irradiaban sus manos se apagaba poco a poco. La guitarra mal fabricada reposaba en lo alto de un estante coleccionando polvo y tiempo. De vez en cuando, el viejo la ofrecía a un artista que pasaba por el pueblo, a comerciantes de toda clase de baratijas y hombres de negocios importantes, a quien pudiera quererla… Pero todos respondían lo mismo. “¿Qué hago yo con esto?, ¿Para qué sirve una guitarra tan mal hecha? ¡No necesito una guitarra de cinco cuerdas!” Incluso bromeaban con el ofrecimiento. “Rómpala en mil pedazos y caliéntese en invierno, jajajaja…”. En un momento dado, el viejo se rindió, no quiso saber nada más de la guitarra y la colocó con tristeza en el olvido.
Transcurrieron varios meses cuando una mañana muy temprano, llamaron a la puerta del taller y el anciano extrañado, pues no solía recibir visitas al amanecer, abrió la puerta. En el umbral, la sombra menuda de un niño de seis años entraba hasta los pies del anciano.
-Hola. ¿Es usted el fabricante de la guitarra de cinco cuerdas?
-Sí, soy yo…Si vienes a reírte mejor que te marches por dónde has venido.
-No vengo a reírme. –el niño le miraba fijamente. –Dicen que la regala. ¿Es cierto?
-Sí, lo es. –refunfuñó el anciano recién levantado. –Pero hace mucho tiempo que nadie la quiere.
-¿Me la regalaría a mí? –el viejo abrió los ojos de repente. -¿A ti? ¿Para qué la quieres? Tiene solo cinco cuerdas, no sirve para nada…
-Eso no es cierto. –respondió muy seguro el niño. –A mí me serviría.
-No entiendo por qué. Nadie la quiere y todos tienen razón. No sirve.
-Oiga, la guitarra, ¿suena bien? –se interesó el niño.
–Suena como puede con cinco cuerdas, o sea que no suena igual que todas.
-Entiendo. Y… ¿de qué color es? –el viejo extrañado miraba al niño de arriba abajo.
-Pues es de madera, ¿entiendes? Es…eso, ¡de madera! –el viejo se notaba menos paciente que en otras épocas.
–Ya. ¿Conserva el cuerpo y el mástil?
-¡Pues claro! Pero te repito que tiene cinco cuerdas…No es una guitarra normal.
-Verá señor. Yo no necesito una guitarra normal. Yo necesito la que usted fabricó. No me importa que tenga una cuerda menos. Escuche. Tengo seis años y las manos muy pequeñas. En el colegio me han dicho que se me da bien tocar la guitarra pero sufro mucho con mis pequeñas manos. No puedo tocar las guitarras normales. Por eso necesito la suya. Si me deja probar su mástil más pequeño y sus cinco cuerdas, seguro que la podré tocar mejor… ¿entiende? -El viejo no reaccionó por un segundo. Sin embargo, lo que el pequeño chico decía tenía sentido.
-Chico, entiendo tu historia, pero… Es que no va a sonar bien, porque las guitarras tienen seis cuerdas, para llegar a todas las melodías, los acordes… No se…
-¿La ha probado alguna vez? –el viejo recapacitó –Pues, no, la verdad…
-Usted déjeme probarla. A lo mejor funciona. –El viejo acabó rendido. –Vaya, parece que tenemos un pequeño y terco hombrecito en lugar de un crío de seis años… -el niño sonrió por primera vez. Deseaba esa guitarra.
El viejo invitó a pasar al menudo invitado y le ofreció asiento mientras iba a por la guitarra. A su vuelta, el niño se levantó y abrió los ojos como si estuviera delante de un enorme tesoro. En su cara se reflejaba una ilusión fuera de lo común. -¡Es preciosa! –el anciano le miró por encima de sus gafas nuevas. –calma, chiquillo, no es para tanto…Toma, aquí tienes tu guitarra.
El pequeño agarró el instrumento con las dos manos, una para el mástil, otra para el cuerpo de la guitarra, un tanto sucia por el paso del tiempo. Acto seguido, buscó un taburete para sentarse a probarla sin más reparos. Cuando lo encontró apoyó la guitarra en sus piernecitas y la cabeza en el cuerpo de madera, mirando al mástil. El viejo observaba en silencio. El niño acercó su mano izquierda al mástil, con un leve movimiento a medio camino entre la emoción y el pánico.
Cuando los dedos de su mano descansaron en las cinco cuerdas de su guitarra nueva, ésta empezó a cantar… Obviamente estaba desafinada, pero el chico sabía lo que se hacía y se esmeró por encontrar el sonido perfecto. Cuando consiguió emitir algo parecido al acorde “DO”, una enorme sonrisa iluminó la cara del chaval. Lo había conseguido.
-¿Lo ve señor? ¡Suena bien! ¡Gracias señor! ¡Muchas gracias! –el viejo seguía fijando su mirada en el chico, al tiempo extrañado, al tiempo feliz. –No ha sido nada, chico. Disfruta… disfruta tu guitarra… -el anciano miró hacia otro lado con la mirada empañada. -¿Ocurre algo señor? –el chico dejó a un lado la guitarra y se acercó al artesano. –No es nada, solo que creía que nadie querría nunca esta guitarra. Eres muy pequeño para sorprender así a un vejestorio como yo…

-Anda, señor, no llore. Por favor, debe estar contento. Su trabajo ya no puede ser el de antes, pero a mí me ha fabricado la guitarra perfecta. Se lo agradeceré toda la vida. 

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