Recuerdo
ahora aquel patio color plata. La noche de luna llena se escondía en cada
rincón de la casa. Era domingo y casi todos dormían. Florita y yo habíamos
quedado en el pozo. Yo me quedaba aquella noche en su casa con permiso de mi
familia, muy cercana a la suya. Todavía recuerdo el ardor que me provocaba estar
con ella, tocarla, abrazarnos con nuestros brazos de siete años. El mundo de
los adultos nos invadía mientras nosotros nos escondíamos tras las cortinas,
engarzados en besos clandestinos e inocentes, inventado canciones y adivinando
acertijos. Fue la primera chica que conocí, el primer amor, ese que llaman puro
y que todavía hoy, me sigue recordando aromas de albahaca y voces de vecinas.
Recuerdo
el momento exacto, los catorce pasos que di hacía su cuerpo diminuto asomado al
pozo. Sus pies bailaban en el aire. Tengo grabadas a fuego mis manos “de
adulto” sujetando sus piernas y suspendiéndola en el vacío. Ella lloraba de la
risa y me miraba al revés, repitiendo nerviosa “¡suéltame venga!”, “¡verás
cuando te coja!”…Nunca olvidaré sus ojos temerosos poco rato después, cuando se
encontraron con los míos. Se quedó en silencio, su mirada imploraba compasión y
la sombra de mi mano se abrió en el suelo del pozo donde los sueños de Florita
perecieron. Me quedé un instante observando el fondo. El cuerpo agonizante de
mi primer amor se retorcía en la alfombra de su nicho nuevo, yo intentaba
recordar una canción que fuera nuestra, para cantarle hasta que se quedara
dormida. Pero mi memoria era ya un fantasma. Miré hacia los balcones para
asegurarme de que nadie me había visto. Recorrí de vuelta los catorce pasos
hasta la cocina. Subí a la habitación asignada y lloré ahogado en la almohada
toda la noche.
A
la mañana siguiente, me lavé la cara y coloqué mi cabello de la manera más
correcta posible. Comprobé mi aliento y bajé a desayunar. Mi vestido estaba
perfecto y las perlas de la señora quedaban divinas en mis delicadas manos. Una
maleta me esperaba al lado de la puerta. Me recogerían a las 8 en punto y no
debía retrasarme. A pesar de mi corta edad, me quedaba mucho trabajo por hacer
y si ellos descubrían que era
impuntual me sacarían los ojos. El viaje que me esperaba era largo; mi mente
comenzó a soñar con una cárcel de mimbre cuando iba bajando las escaleras del
portal y una mano arrugada me sujetó el hombro.
-¿Dónde
está tu amigo? ¿No baja, Florita?
1 comentario:
QUÉ GRANDE ERES CHES, COMO AMIGO, COMO ACTOR, COMO ESCRITOR!! TE QUIERO Y ME HACES FELIZ CADA VEZ QUE TE LEO!
UN BESO DE TU INQUILINA ;)
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