viernes, 28 de diciembre de 2012

Memoria al óleo

Desde la luna se ve la tierra encendida por estas fechas y es ahora cuando uno no puede evitar resumir, reflexionar, reconstruir lo vivido. Así se reflejan momentos iluminados sobre destellos repartidos por el paisaje de la memoria. En las mañanas de estos días, cuando la niebla de fuera se transforma en una pantalla de cine, proyecta en su cuerpo blanco golpes directos a la mandíbula, explosiones de alegría desbordada e inconsciente, valles sombríos con pequeños rayos de luz, historias con finales abortados, viajes a mundos antiguos, o simplemente, prados verdes en calma. Comienzos, ausencias, distancias…
Se perfilan ya las últimas vetas de este cuadro que ha sido 2012. En esta obra de arte aparece un paisaje dividido en dos partes bien diferenciadas. En la primera la casa de Morfeo tiene todos sus sueños en los hornos, encendidos a temperatura máxima. Velázquez tiene muchas sombras y sus cinco meninas mutaron durante meses, intentando destapar las miserias del maestro al tiempo que hacían equilibrios sobre tacones de aguja. Al final, el mimbre quedó deteriorado, sepultado bajo el talco y la sombra de ojos. Habrá tiempo de renovar el maquillaje.
En la segunda sección de la obra se encuentra el gran precipicio que todo lo revoluciona con su cambio brusco de altura. La espuma aúlla en sus pies de roca y su torso desafía al mismo viento. En él nace y muere la tierra; en él nace y muere el mar. Es ahí donde todo se ha dicho, donde todo está por decir; donde la hierba queda desabrida. En un segundo. Es ahí donde las miradas sentencian y las manos actúan. Donde se ríe entre lágrimas y se llora de pena. El tiempo se detiene en este lugar sin margen para las dudas, sin límite de ideas. En su balcón termina una carretera llena de estaciones de servicio, de irrupciones constantes. De curvas.
En los tonos claroscuros de la composición habitan los recuerdos estilizados por hermanas de verdad, amigos de mentira y demonios de cera. Las huellas de una playa se entrecruzan hasta perder su destino. Tapando el sol, un joven de quince años no cesa de remar contra la marea. El trazo de su figura es dinámico, rebosa ímpetu, brío. Muestra una lucha constante para entender el océano que se extiende ante su vista. Parece avanzar por el lienzo. Dibuja a su paso, nuevos lienzos.
Un cuadro extraño en el que se adivinan personas nuevas, poderosas hasta el límite de encender el mundo dando forma a sueños prohibidos, personas duras y vacías de todo derecho, que surcan ese océano con fardos repletos de lo único que poseen; gente amada y etiquetada en imágenes .jpg, vagabundos con chaqueta y corbata; personas ocultas detrás de lentes fotográficas; personas que no ríen, destilan risa, que no hablan, elaboran palabras, que no tocan, acarician. Veo una amiga que vence una vez más al tiempo en una colina desde donde divisa lo conquistado. A su lado, otra sigue empeñada en encontrar la felicidad mientras olvida que la tiene en los bolsillos. Por todo el paisaje aparecen madres con sus primeros hijos, dispuestas a regalar todos los colores que ellas han visto. Padres postizos que sobreviven en luchas titánicas consigo mismos y padres nuevos que, tras buscar las palabras para explicar lo que sienten, las encuentran: “Tienen que inventar una palabra para definir esto…”
Termina el cuadro y llega la hora de firmarlo. Con paso lento retrocedo para mirarlo por última vez mientras la imagen se desvanece entre la niebla de estos días, precisamente estos días. Ante su inmensidad me deslizo decidido, sin titubear hacia el siguiente.
-¿Y el miedo?
El miedo es libre y desenfadado, pero los sueños también.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Ruinas




Hasta el más hermoso de los paraísos tiene sombras. La belleza esconde, a veces, ciertas arrugas que cuesta erradicar y en el momento más inesperado puedes conocer de primera mano cada detalle de esas arrugas, la clave del mecanismo de la enfermedad de una sociedad. Jamás escribí sobre cuestiones que se alejaran demasiado de la luna, porque es allí donde la paz es blanca y sin fisuras, donde se puede soñar a la vez que se vuela. Hoy me elevo un poco sobre la órbita prevista porque todo lo que impacta en nuestra superficie, debe ser contado…
“(…) Vienen en unas lanchas tiburoneras, vienen con dos motores de noventa caballos, dos motores fuera de borda. De allí vienen dieciséis horas, por mar. Compran la droga acá… Tengo un amigo que trabaja en la policía federal, ya no está porque no lo pueden dejar mucho tiempo en el mismo lugar. Un día platicando con él, estábamos tomando café porque yo me llevo con él hace años, me dice que a él le tocó estando allí en ---, me contó que estaba parado él en la carretera, esperando ¿no? Y ruummmm… paró una camioneta. Se bajaron dos, y le dijeron – buenas tardes jefe, buenas tardes. – Sí dígame en qué puedo servirle… - le dijo él… - Mira man, te vamos a hablar derecho, sin tapujos de ninguna clase…Este maletín que está acá, tiene tres millones de pesos. Es para usted. Atrás, viene un convoy, un tráiler, bien cargados de droga, lleno de cocaína va a pasar ahorita acá. Tres millones de pesos le estoy dando para usted. Usted no vio nadaYo quedé así man, ¿y qué hago? ¿Le digo que no? ¿Le digo que no? Cuando me de la vuelta, me van a balear. Ahorita me están dando esto para que yo me calle y yo no vi nada y no pasó nada. Y me lo dijo porque es mi amigo (…) A lo que voy que la policía es corrupta a todos los niveles. Pero es que si no puedes decir que no… dices no yo no quiero esta maleta, por ejemplo, no la quiero, ok, quieres pasar tu droga, pásala pero yo no quiero esa maleta…Ya vieron tu número, ya saben quien eres, dónde vives, quién es tu familia…si eres casado, si tienes hijos… Y saben que ya pasaron y ya te hablaron…Ya no vas a estar tranquilo ya…no te queda de otra (…) Ahora pues me dice que lo que él hizo fue agarrar el maletín, dice que lo llevo, se lo llevo al jefe, al jefe de la comandancia, del destacamento de la policía federal, que está en ---, a la entrada…Y le dijo lo que le pasó y le dio la maleta… Y el jefe le dijo, bueno, aquí lo que queda hacer, la mitad es para ti y la mitad para mí. Yo no vi nada, yo no supe nada… ¿qué fue lo que pasó?... Que se la quedó a entregar…Porque me dice…yo no se si él está corrompido también. Si yo le digo que no quiero nada, se queda él con eso, él le dice a ellos sabes qué… este cuate que no nos tal…Así que, yo no vi nada.”
Cuando bajé del coche y tuve que hacer cola en la facturación, comprendí lo curioso que me resulta el hecho de que en un país tan especial, hospitalario, lleno de vida y tesoros arqueológicos, otro tipo de ruinas corrompa sus cimientos.

martes, 2 de octubre de 2012

Obituario...y aparte

Fue de súbito su marcha. Como un infarto. Como un espasmo del cuerpo posicionado en pino puente con una cuerda invisible amarrada al ombligo. Tirando hacia arriba con una rabia insolente, como queriendo arrancar de la tierra fértil el fruto, todavía verde y seco. La carne roja se confundió con la blancura hipócrita napolitana, siendo los recuerdos los primeros en tomar posiciones, mientras las ideas permanecían en la retaguardia, escondidas en la tienda de campaña como un rey cobarde que no avanza junto a su ejército.
Después llegó el sudor. Cada gota se llevaba un trocito de célula muerta, confundida con agua de lluvia que iba baldeando el talco al mismo ritmo que las horas ahuecaban el sofá. Tumbado noté los pulmones presionados hacia dentro. El monstruo aferrado a la columna vertebral fue cruzando hasta el tórax, convirtiendo en cristal cada hueso; instauró heridas que provocaba a su paso por el cuerpo, atravesándolo sin descanso, desgarrando las venas centímetro a centímetro. Me susurró al oído frases en un idioma desconocido. Fue su forma de despedirse. Sin protocolos. Imponente su rostro. Impotentes mis músculos. Cierto día,  las yemas de sus dedos unidas a las mías quebraron la huella digital compartida al tirar fuerte hacia ninguna parte.
Su aura permaneció a mi lado un poco más. Le apresaba la nostalgia inútil, su miedo profundo a una muerte que acontecería sin siquiera haber nacido. Rota quedó en su silencio, dormida para siempre entre cuatro paredes de una galera oscura, ya huérfana de aplausos, sin haber podido ejecutar su cometido. Sin legado. Sin historia. Sin Flora.
 
Yo recogí sus tacones de mi muslo sangrante. Guardé el maquillaje, las medias, las perlas tristemente unidas para siempre, los sueños de tela y mimbre. Organicé todo para su entierro, sin tener la oportunidad para darle nacimiento.
 
Ahora voy dando saltos por los charcos para romper el espejo del cielo. Y ella, yace desnuda en su "cama-tumba", con los labios desteñidos y la fusta inerte.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

283,39

Alberto cuenta todas sus carreras por victorias. Prepara cada competición con esmero, entrenando cada detalle, dándose cuenta de sus potencialidades mientras trabaja para mejorar cada día sus debilidades. Cronometra cada sesión y atendiendo a unas determinadas cifras, así planifica el siguiente. 10 km, 45 minutos, 42 segundos; 24 km, 1 hora, 53 minutos, 32 segundos… Mide su pulso, controla la respiración, mira al frente, se hidrata, relaja músculos y vuelve a atacar. A su llegada a meta, resume: número de calorías quemadas, grado de reducción de grasa, distancia recorrida, total de metas alcanzadas en un tiempo determinado, cantidad de días empleados, maratón o media maratón, asfalto o tierra, tipo de calzado…
Todos nos movemos al son del insulso baile de los números y cálculos. Ansiamos un marcador a favor, buscamos esperanzados una medida favorable en la báscula; cuando llegamos al cajero automático, lo hacemos con el vértigo que la incertidumbre nos brinda en su forma más siniestra. Nada más levantarnos, el reloj nos muestra dos números con sus agujas hitlerianas y nos apremia para que no lleguemos tarde a la fiesta de las máquinas.
Los números también abren y cierran etapas. Mañana se cumplen 6 meses desde que una sola cifra, concretamente 283,39, cerrara la primera en esta ciudad. Primer periodo construido en 892 días, que culminó con un apretón de manos tan frío como las mismas matemáticas, falto de toda emoción como el cerebro de un gerente, gris moribundo, que iría directamente al desván de la memoria donde se acumulan objetos llenos de polvo y telarañas. ¿Por qué recuperar ahora este cambio de ciclo? Quizá lleve 6 meses esperando el comienzo de otra vida que no acaba de llegar. Ya son 185 días llenos de proyectos, con las fechas amontonadas en la agenda: 14 de junio, 5 de julio, 16 de julio, 27 de julio, 23 de septiembre, 27 de octubre… Y esto no termina de explotar en mil pedazos. Es desesperante escuchar el tic tac del dispositivo, sin marcha atrás, crudamente rítmico en medio del silencio, el sudor bajando por la mejilla, la espera eterna… Nada ocurre. Es inútil distinguir el cable rojo del azul. Ninguno sirve.
La ventaja de prepararse para las metas, es que aprendes a guardar las buenas sensaciones que te dejan los datos recibidos desde las salidas. Como en una operación a corazón abierto, seleccionamos con un preciso bisturí los “momentos de calidad” –Dani dixit- de entre las entrañas sangrantes. Entonces resumimos: el tiempo de felicidad pasó volando, las preocupaciones alargan las horas, relación de ideas culminadas, trabajo bien y mal hecho, lista de ilusiones alcanzadas, cantidad de escombros para retirar. Necesitamos ser conscientes de la ventaja que supone querer superar la idea de ayer para que el esfuerzo de mañana valga la pena. Lo bueno de los números es que miden los logros, cronometran nuestro ritmo, aceleran nuestra desidia, anulan los obstáculos y nos avisan para esprintar cuando el sudor en los ojos nos impide ver la meta.
Lo malo, es cuando el cronómetro te insulta con sus números detenidos.

martes, 21 de agosto de 2012

σχίζειν-φρήν

El pueblo levemente iluminado por las farolas típicas de la Vera se encontraba en plena celebración religiosa. Los ritos se sucedían con el transcurrir del programa establecido y dejábamos que el ambiente nos envolviera. El aire de la montaña refrescaba la piedra de la plaza y se hacía necesaria “una manguita”. Entonces me llamaste.
Llevo dos días encarcelado en esa llamada. Me han condenado por ignorante. Por cumplir seis años y un día arrastrando un recuerdo que hasta ahora, mojaba las pupilas cuando se mostraba de súbito, como un personaje absurdo del pasaje del terror. En el teatro, trabajando en una oficina carente de adornos, en la isla, en una feria de pueblo… Siempre de golpe, volcando en cada aparición la esencia de lo que quedó del naufragio. Se salvaron libros fabricados a mano, figuritas indescriptibles, fotografías de vidas pasadas, y en una caja de cartón que suponía la última, envueltas en un sobre, hojas secas conservadas como una joya ciertamente valiosa. Con todo ello me encuentro ante la hoguera preparada para las brujas del lugar. Ésas que, con sus blasfemias y manifestaciones obscenas les roban la música a los niños y la paz a los hombres.

Vuelve la melodía de teléfono que no puedo recordar. Las risas que ese día me alegraron en aquella plaza se muestran ahora diabólicas. Casi no las reconozco porque se confunden entre ellas, no se dejan hablar, se baten en duelo con sus lenguas llenas de mentira organizada, disfrazadas de plan perfecto. Trajiste la melodía en bandeja, infectada de olvido, llena de saliva pútrida y venenosa. Como en una de esas historias griegas que nunca sitúo, cuyos dioses y hombres se mezclan en una bacanal de tragedia, entraste en mi casa ayudado por la clandestinidad de la noche, ebrios los sentidos, rota la cordura. Ocultado bajo una inmensa máscara, para que se te viera bien desde el último asiento de la platea, abriste la última caja de cartón. Cinco palabras pronunciadas a medias desde tu eterna cobardía sin aire, bastaron para el clímax inesperado. De reojo, vi cómo ella sonreía en el palco sujetando sus prismáticos para no perder detalle. El epílogo se componía de un teléfono, cuya melodía no puedo recordar y del cual resurgían de nuevo las risas que se amontonaron en la puerta de la habitación. Terminaba la épica, comenzaba la esquizo-frenia.

El héroe caído quedó ausente. Las ruinas que de nuevo decoraron su casa vigilaron su duermevela, atrapado en una cárcel de papel y alambre, con los ojos llenos de norte, con la condena dictada, la cama revuelta y la locura perfectamente ordenada. Aquella noche no soñó con brujas obscenas. No soñó con la bruma pesada de las madrugadas de este agosto vacío. No pudo ver las velas rasgadas de su nave. No tuvo pesadillas, ni habló solo entre espasmos al bajar un bordillo. Le fue imposible vislumbrar su Arcadia, agonizante durante años, hundida ahora muy lejos en la distancia, muy profundo hacia el sol terrenal. Aquella noche, simplemente no soñó nada.

A la mañana siguiente, tu cobardía se hizo ausencia. El héroe se tumbó en una playa hecha de escombros. A lo lejos divisó una rosa de espuma que se batía con la muerte en la misma raya del horizonte. Comprendió que era tu conciencia, que agonizante, destrozaba en mil pedazos el espejo del mar.  

De lo que fue, cenizas…”, sentenció.

viernes, 17 de agosto de 2012

La de verdad


Bajo el rumor de las horas, perenne, llenando el aire de sinergias, permanece desnuda de toda cortina oscura. Se muestra valiente y decidida. La verdadera, la que conviene tener siempre presente, decide acompañarte si te esfuerzas en mantenerla. No entiende de distancias ni curvas, no analiza tu actitud postrándote en un estrado de juzgado de guardia, te acepta; no convierte una opinión moral en decreto ley, le basta con fortalecer su mirada en la tuya; se enorgullece de combatir los años como un guerrero antiguo, se cuida de cruzarse con asesinos a sueldo sumergidos en la impunidad de la gran urbe. Modela con las yemas de los dedos labios en creciente menguante a punto de desfallecer, creando una composición repleta de perfectas imperfecciones.
La de verdad no desfallece nunca. Inventa juegos absurdos que viven el tiempo, canta tumbada en sol mayor a la hora del té helado; repite sin falta todos los errores con cuidado de no dejar ninguno atrás, duerme a tu lado fabricando andamios bajo la almohada; adora posarse en cada obstáculo para levantarlo a tu paso, es una gárgola que vigila tu camino desde su altura. Es una rosa única entre todas las rosas iguales; te lanza como una cometa para que vueles sin alas, sujetando tus piernas para cuando decidan pisar en tierra firme.
Es la que todo el mundo se preocupa en demandar mientras ella aguarda en el centro del campo de batalla, esperando que alguien se decida a rescatarla. Permanece cuando mira de frente, cuando discute, cuando llora en un hombro extraño, cuando observa amaneceres distorsionados en silencio. Mantiene sus ramas fuertes, al cobijo de alientos envenenados de halitosis; no separa, no barre la casa de nadie ni se obsesiona con el diente del caballo. Es agua clara que te concede tu propia imagen, baja ebria de espuma de la montaña, grita de alegría tras la escena eterna mientras esculpe sin descanso sonrisas etruscas.

La única que comprendo es aquella que apaga las velas de una tarta desde miles de kilómetros, la que comparte arrugas admirando obreros; esa que tiene siempre a mano un cigarro, una cuerda nueva de guitarra, un asiento a tu lado para observar cómo se derrumba el mundo.

Para que nunca se vaya, solo hay que mantenerla envasada al vacío en lugares húmedos, libres de humo. Si se lo pides, acampa contigo bajo cualquier puente y desayuna después en un gran resort. Mientras acumulamos billetes en la cartera, estación tras estación, es la única que nunca te abraza por última vez en el vestíbulo; nunca se despide, nunca te emplaza.  
Porque si quieres, si tus vísceras más profundas te lo exigen, nunca se marcha. 

miércoles, 1 de agosto de 2012

La siguiente es... Juana Nieto




Piensa que los naufragios son sinónimo de supervivencia, por mucha miseria que puedan ocasionarle. Al infierno se baja solo, ha escuchado en labios de otros tiempos. La soledad impuesta, esa que penetra anudando el estómago, parece haber apagado su volcán. Esa soledad que irrumpe en cada una de las vidas de todo el mundo en alguna ocasión y casi siempre sin reservar antes. Esta mañana ha llegado. Y cuando eso ocurre, te atrapa fuerte con sus dedos de plomo y te arrastra hasta el fondo. Solo con ella, “al infierno se baja solo…”.
En una orilla cualquiera descansa ahora tu cuerpo sin aire. Harta de tus rencarnaciones, de tu mala suerte, de tu buena muerte. Ya has gastado seis vidas. Temes que esta playa se convierta en tu ataúd de arena. Tu pelo despeinado por la marea te cubre los ojos llenos de sal y memoria. Ya cesó el vaivén de la quilla que te atraviesa. El crepitar de la madera de tu cubierta, las armas en alto, el trabajo duro. Se queda muda la palabra y el llanto se abre paso entre las velas como una lluvia de verano: violenta, sabia, muy caliente.
Siendo consciente de tu respiración, decides quedarte tumbada. El agua de espuma te acaricia los pies. Decides que vas a cerrar los ojos. Piensas en el final del camino. ¿Tendrá norte esta isla? Te sientes orgullosa de soportar el silencio, roto únicamente por el rumor de las olas. Para distraerte juegas con tus dedos a hacer hoyos que reciben cimientos, labras una nueva tierra, dibujas nuevas siluetas desnudas… Al caer la tarde, plantas de nuevo tu raíz, esa que “parió entre atroces sufrimientos la primera bandera republicana, mucho antes de que Mariana Pineda fuese engendrada”.
De repente, todo vuelve a suceder porque todos, también tú, tenemos un monstruo milenario. Y siempre se eleva sobre sus propias cenizas.

martes, 17 de julio de 2012

Yo fui sin nombre


¿Diego?
Entonces es cierto. Vas a abandonarme en esta habitación. He navegado por mares sin nombre para llegar frente a tu palco, y ahora está en ruinas. El cortinaje ha cesado su vaivén silencioso. No hay aire. La puerta ha desaparecido, el suelo parece desvanecerse. Este vacío empieza a presionar fuerte contra mis venas. Sí, es cierto. Definitivamente te has marchado. Ya no siento tu presencia aplastante, tu casaca siniestra que todo lo envuelve.
Quisiera regresar cuando mis manos yazcan muertas sobre estas baldosas. Ansío con vehemencia creer. Necesito creer que volveré convertido en espectro eterno, que podré tener, por fin, nombre. Si eso ocurriera, entonces me nombrarías. Me nombrarías con el mismo terror que lloran mis ojos esta noche, con la amargura que envenena mis nuevas pesadillas. Suplicarías besando mis pies de humo, anhelando un perdón imposible, temblando como tiemblo yo ahora encerrado en venas de acero ardiendo. Si eso ocurriera, yo podría alcanzar la redención vomitando sobre tu repugnante cruz roja. Así, la verdad resplandecería sobre los muebles antiguos de toda Europa.
No distingo la noche del día. Mi cuerpo ha sido sepultado por las tinieblas. No se si estoy vivo o muerto; a ratos parezco alzarme sobre este suelo que cede debajo de mí. Quizá venga alguien si logro que mis gritos traspasen estas paredes… No escucho mi voz. No vendrá nadie.
No ocurre nada…
¿Perderé la razón antes de expirar? ¿Duele mucho el hambre? ¿Se tienen visiones tras la muerte? Sí. Creo que las preguntas van a volverme loco. Este muro que se posa delante de mi rostro es el final del camino. No hay salida posible. A lo mejor te encuentro mi querida Florita. Puede que tu imagen se refleje en el agua de algún lago que separe el mundo de los vivos del de los muertos, en algún lugar entre aquel pozo infernal en el que te maté y estas cuatro paredes inertes. Si consigo verte, te llevaré conmigo al pasado, te abrazaré con mis brazos masculinos y nos dormiremos en alguna tumba impregnada de albahaca.
Voy a tumbarme, no soy capaz de salir de esta ensoñación. No quiero salir de ella, no quiero salir de ti. Voy a dormir.
Nada…

miércoles, 13 de junio de 2012

Llegando a puerto

Me dolía la cabeza. Una jaqueca infernal saturaba mis tímpanos casi todas las noches. Los párpados presionaban como esferas de acero mis globos oculares y la imposibilidad de dormir envenenaba mi saliva, que emanaba un pútrido aliento con sabor a muerte lenta. Las dunas de mi cuerpo se iban tornando yermas, al compás mortecino de las horas vacías en aquel limbo para tarados. El escozor se incrustaba en cada poro y aunque mis uñas se llenaban de llagas para sofocarlo, era inútil.
La nariz me sangraba con frecuencia, con la misma facilidad con la que los gérmenes se adherían al intestino. Caminaba por la sala de descanso entre arcadas. La mayor parte de mis desgraciados compañeros eran viejos con un olor insoportable. Me miraban de arriba abajo preguntándose entre las nieblas de su razón qué hacía una niñita como yo en aquel vertedero humano.
De aquellos años, lo que más recuerdo es la conversión. A la hora de dormir, cuando las luces se apagaban, comenzaba el baile sobre la cuerda que separaba la realidad de lo onírico, embadurnada en líquido amniótico. Florita renacía en cada pesadilla; me susurraba al oído abrazada a mi torso y tras un grito ahogado penetraba en las arenas movedizas de mi piel. Una vez dentro, hacía estallar mis huesos y el sudor inundaba mis sentidos hasta hacerme incorporar de súbito. Lola estaba siempre a mi lado. Me cuidaba mejor que aquellos adefesios vestidos de blanco. En cierto modo, quise a mi prima y el horizonte de mi cometido jugaba en ocasiones a disfrazarse de mar y cielo.
Cada noche moría un poco. Sin embargo, Florita crecía con premura, con la energía de cien tempestades y la insolencia de la niñez cortando mi alma sin designar, abriéndose un camino sin retorno hacia el cerebro.

Una mañana calurosa de agosto, observé desde mi habitación aislada cómo mi prima Lola abandonaba el hospital junto a unos desconocidos. Desde entonces no he vuelto a verla. Llevo años buscándola, estoy cansada y si este condenado barco no llega pronto a su destino, voy a convertirme en una rata más de las que corretean cada día por cubierta.

sábado, 9 de junio de 2012

El primer viaje

Me dio mucho asco que aquella vieja me tocara con su mano centenaria. No parecía muy contenta de verme y no había terminado de pronunciar de nuevo el nombre de Florita cuando cerré la puerta de golpe. Recuerdo que deseé con todas mis fuerzas que mis señores me hubieran ordenado ejecutar al servicio. Me habría costado mucho menos terminar con ellos que con mi flor de un día. Florita no solamente seguía a mi lado; estaba incrustada en el centro de mi ser.
De camino mis párpados se rendían tras la noche en durmevela, pero el crepitar del carruaje me mantenía despierta. Medité sobre mi plan impuesto y la necesidad de llegar a un atajo directo al hospital para enfermos mentales, donde recientemente había ingresado a mi prima Lola. Escuché en el barrio que andaba por las calles hablando de manera extraña, haciéndose llamar con otros nombres hasta sepultar su propia identidad en las profundidades más burdas de la locura. Pobre. Debía ir a verla pero necesitaba una excusa que encontré en el escozor, en los bichos de toda clase, en la permanente obsesión por la limpieza y la pulcritud. A salvo de toda infección. Flemática e hipocondríaca me llamarían poco después.
Solicité una parada en una posada a las afueras de la ciudad para usar el baño. En la entrada, una señora aliviaba su sofoco con ademanes estrambóticos. Le pedí un poco de ungüento para mi supuesto mal. Me lo prestó debatida entre la desgana y el escepticismo. Me dio asco su boca invadida de arrugas, su mirada ignorante y su risa burlona. Miré alrededor mientras me untaba la mezcla. Mis nuevas manos de mujer penetraron en el ungüento y desviando su destino natural, presionaron con fuerza la boca y la nariz de mi única acompañante. Sus ojos de agua me suplicaron piedad y yo recé a los muchos santos que conocía para que alguien escuchara mis aullidos ebrios de enfermedad. Mi cuerpo de muñeca tensó toda su musculatura varios segundos más antes de que la vieja desfalleciera contra el asiento de madera. Al retomar el viaje, miré atrás por última vez y comprobé que los últimos tejados de Nápoles habían sido engullidos por el paisaje.
Algunos días después, cuando los enfermeros me introdujeron en el patio del hospital encadenada bajo una camisa de fuerza, pude girar la cabeza y observar cómo Lola perseguía su chihuahua invisible por toda la estancia.

jueves, 7 de junio de 2012

Buscando a Flora

Recuerdo ahora aquel patio color plata. La noche de luna llena se escondía en cada rincón de la casa. Era domingo y casi todos dormían. Florita y yo habíamos quedado en el pozo. Yo me quedaba aquella noche en su casa con permiso de mi familia, muy cercana a la suya. Todavía recuerdo el ardor que me provocaba estar con ella, tocarla, abrazarnos con nuestros brazos de siete años. El mundo de los adultos nos invadía mientras nosotros nos escondíamos tras las cortinas, engarzados en besos clandestinos e inocentes, inventado canciones y adivinando acertijos. Fue la primera chica que conocí, el primer amor, ese que llaman puro y que todavía hoy, me sigue recordando aromas de albahaca y voces de vecinas.
Recuerdo el momento exacto, los catorce pasos que di hacía su cuerpo diminuto asomado al pozo. Sus pies bailaban en el aire. Tengo grabadas a fuego mis manos “de adulto” sujetando sus piernas y suspendiéndola en el vacío. Ella lloraba de la risa y me miraba al revés, repitiendo nerviosa “¡suéltame venga!”, “¡verás cuando te coja!”…Nunca olvidaré sus ojos temerosos poco rato después, cuando se encontraron con los míos. Se quedó en silencio, su mirada imploraba compasión y la sombra de mi mano se abrió en el suelo del pozo donde los sueños de Florita perecieron. Me quedé un instante observando el fondo. El cuerpo agonizante de mi primer amor se retorcía en la alfombra de su nicho nuevo, yo intentaba recordar una canción que fuera nuestra, para cantarle hasta que se quedara dormida. Pero mi memoria era ya un fantasma. Miré hacia los balcones para asegurarme de que nadie me había visto. Recorrí de vuelta los catorce pasos hasta la cocina. Subí a la habitación asignada y lloré ahogado en la almohada toda la noche.
A la mañana siguiente, me lavé la cara y coloqué mi cabello de la manera más correcta posible. Comprobé mi aliento y bajé a desayunar. Mi vestido estaba perfecto y las perlas de la señora quedaban divinas en mis delicadas manos. Una maleta me esperaba al lado de la puerta. Me recogerían a las 8 en punto y no debía retrasarme. A pesar de mi corta edad, me quedaba mucho trabajo por hacer y si ellos descubrían que era impuntual me sacarían los ojos. El viaje que me esperaba era largo; mi mente comenzó a soñar con una cárcel de mimbre cuando iba bajando las escaleras del portal y una mano arrugada me sujetó el hombro.
-¿Dónde está tu amigo? ¿No baja, Florita?

viernes, 25 de mayo de 2012

Las fiestas de mi barrio




Nunca me había fijado en un detalle: el madrugador quinario protagonizado por afanados creyentes con sus gargantas recién cargadas a las 7 de la mañana, anuncia como un advenimiento la llegada del verano a mi barrio.
Al calor que emerge del asfalto tras pasar el día aplastando el suelo, las gentes de mi barrio jalean por la calle. Hay mucho ruido en la calle. Se mezclan voces a solo unos metros, ininteligibles mensajes que se cuelan por la ventana, enrejada contra todo bicho que mida más de 2mm y en la televisión, hasta Pepa parece alzar la voz para contarme qué ha dicho hoy el personaje de turno.
Pero volviendo a mi barrio. Se acerca con estruendo la banda de música y justo en este instante, una virgen con mantilla malva y azul cielo eterno es arropada por un griterío cercano a la romería, está cruzando mi ángulo visual. Cierro la ventana, mejor así. En esta ventana, encontramos hace poco un cartón de batido de chocolate que se desangraba abandonado contra la reja. Decidí enterrarlo junto a la naranja que murió estrellada contra la misma reja tan solo unos días antes. Así juntos, como dios manda.
Encarna es un encanto. Es de las pocas personas que conozco en mi barrio. Bueno, también está el hombre tranquilo que regenta otra tienda, solo unos metros más abajo, cuyas respuestas desesperantemente monosílabas no inspiran precisamente a entonar un salmo. En cuanto a mis vecinos, dos tormentas del desierto de 6 y 3 años golpean con su voz el otro lado de la pared, reventando siestas e imponiendo tapones para los oídos, mientras su madre les aplaca inútilmente; la señora del 1º sonríe siempre tras sus pupilas antiguas y temerosas; la mujer del 3º estaba dejando de fumar hace un par de meses, y últimamente la veo poco sacando su perro marca rastreator a pasear.
…los tambores suenan ahora como en el monte del destino…la gente mayor viste sus trajes de sevillana, como tiene que ser…
Las casas de mi barrio son bajas, de pueblo. Hay un colegio, la librería de Javi el de las fotocopias, la extraña oficina en la que todavía no sé que se cuece, un despacho portugués de pollo asado y bendito; el bar “CAMPEON”, cuyo dueño es un ex ciclista aficionado, que se sitúa en la esquina contraria a mi bloque…
Tras mi calle acaban de abrir una hamburguesería nueva muy familiar y sin logos multinacionales; en la parte trasera de mi bloque, “La rota Espacio Escénico” hace equilibrios sobre una cuerda de tender para salir adelante, acuarelando el aire bochornoso que a estas horas ya, sobrevuela los tejados.
La orquesta y el gentío se han marchado. El barrio vuelve a su calma y estrena verano nuevo, con nuevos sueños de silla de camping al fresco; un lugar donde volver tras cada aventura, tan valioso como el más inmenso de los tesoros.

domingo, 29 de abril de 2012

Prevenidos...

                                                 Foto: La persistencia. Salvador Dalí

Alberto cuenta todas sus carreras por victorias. Prepara cada competición con esmero, entrenando cada detalle, dándose cuenta de sus potencialidades, y trabajando para mejorar cada día sus debilidades. Cronometra cada sesión y atendiendo a unas determinadas cifras, así planifica la siguiente. 10 km, 45 minutos, 42 segundos; 24 km, 1 hora, 53 minutos, 32 segundos… Mide su pulso, controla la respiración, mira al frente, se hidrata, relaja músculos y vuelve a atacar. A su llegada a meta, resume: número de calorías quemadas, grado de reducción de grasa, distancia recorrida…total de metas alcanzadas en un tiempo determinado, cantidad de días empleados, maratón o media maratón, asfalto o tierra… Todos nos movemos en el insulso baile de los números y cálculos.
Ya lo dijo Cata, “Estamos condenados a la fatalidad del círculo mientras la información se transmite en 1 y 0”, ansiamos un marcador a favor, buscamos ansiosos una medida favorable en la báscula; cuando llegamos al cajero automático, lo hacemos con el vértigo que la incertidumbre nos brinda en su forma más siniestra. Nada más levantarnos, el reloj nos muestra dos números con sus agujas hitlerianas y nos apremia para que no lleguemos tarde a la fiesta de las máquinas.
Los números también abren y cierran etapas. Mañana una sola cifra, concretamente 283,39, cerrará la primera en esta ciudad. 892 días que culminarán con un apretón de manos tan frío como las mismas matemáticas, falto de toda emoción como el cerebro de un gerente, gris moribundo, que irá directamente al desván de la memoria donde se acumulan objetos llenos de polvo y telarañas.
La ventaja de prepararse para las metas, es que aprendes a guardar las buenas sensaciones que te dejan los datos recibidos desde las salidas. Como en una operación a corazón abierto, seleccionamos con un preciso bisturí los “momentos de calidad” –Dani dixit- de entre las entrañas sangrantes. Entonces resumimos: "el tiempo de felicidad pasó volando", preocupaciones que han prolongado las horas, número de ideas terminadas, trabajo bien y mal hecho, ilusiones alcanzadas, escombros a retirar.
La ventaja de querer superar la idea de ayer es que con toda seguridad, el esfuerzo de mañana valdrá la pena. Lo mejor de los números es que miden los logros, cronometran nuestro ritmo, aceleran nuestra desidia, anulan los obstáculos y nos avisan para esprintar cuando el sudor en los ojos nos impide ver la meta. 
Ya tarareo por la calle la canción perfecta para la siguiente carrera.     

lunes, 26 de marzo de 2012

La otra lluvia

Hoy, madre, tú y yo recordábamos los septiembres en Valencia, cuando la gota fría sepultaba medio litoral a base de navajas de agua y mis ojos de cinco años brillaban tras el balcón del apartamento.
Hace más de un mes que es primavera a todos los efectos, aunque el calendario creado por el ignorante ser humano no marca lo mismo. Las nubes bailan estos días entre la bruma espesa y casi sofocante. Hoy hacía un calor extraño en la plaza. Los niños correteaban tras una pelota de plástico, sus madres los descamisaban como si fuera un 3 de julio, aunque apagado, sin luz. Un día gris en el horizonte, seco, ausente. Con la hora cambiada, con el paso cambiado.
Resguardados al fondo de un restaurante, hemos comido alrededor de una tabula de cuyo centro salía agua, que brotaba de la tierra con una temperatura superior a la normal. Esta agua es de la poca que debe quedar dentro de esa tierra, dado que las nubes siguen empeñadas en esconder su tesoro líquido.
Sin embargo, otra lluvia arrecia fuera. Es de esa, de la que nos protegemos entre ensaladas de naranja. Esa lluvia que inunda miradas de vacío. Esa lluvia que adormece a la bestia que tenemos dentro, que la resfría, que la envuelve en fiebres de otro tiempo. Esta lluvia dura ya demasiado. Vomita su jugo con la fuerza de aquellas navajas de Valencia, y sin embargo no riega los campos; se entromete en las vidas ajenas, dejando las casas llenas de barro y los bolsillos limpios. Una lluvia que trae tormenta, y que mantiene la electricidad estática, ahogando muñecas y rompiendo lazos.

El secreto para esconderse de ella, es ir de verbena, ahumar la ropa en San Isidro, pasar un fin de semana en Cádiz, o jugar con Julio al balón de Bob Esponja. La mejor manera de guarecerse es ir a un festival a quién sabe qué sitio de Portugal. No importa el sitio, importa el motivo. No importa la compañía, importa la música.
Hay mil trucos para no dejarse empapar por esta otra lluvia: desayunar en Cáceres, comer en Guareña, cenar en Triana. Preparar canciones tras una pecera, competir cada mañana, ignorar contracturas, repartir tareas, enlazar guardainfantes. En lugar de encoger los hombros inútilmente, es mejor seguir la secuencia mágica que sale en todos los cuentos: imaginar, pensar, hablar, cantar, bailar, sentir, vivir. No necesariamente por ese orden.

Somos impermeables porque conocemos ese secreto.

viernes, 9 de marzo de 2012

El sueño de los leones

A las mujeres, a éstas y a todas.
Existe un animal enorme que habita en todas las selvas domésticas. Recorre miles de kilómetros en poco tiempo y se alimenta del espíritu que vive en el lago del bosque, tornado en forma de macho cabrío. Su piel es dura como el mármol y su fuerza inalcanzable. Le roba el sueño a los leones, que huyen despavoridos a su paso, cuando arrasa la maleza hasta transformarla en una alfombra llena de moho, aplastando ilusiones al paso lunar de la negra noche.
El rugido de la fiera espanta a las aves; el infierno de su voz resuena en el centro de la selva por las mañanas, y la gente camina por sus veredas escarpadas; siempre las mismas personas, rutinas andantes al compás del tráfico, jugando entre las luces de los semáforos. Hermanos pequeños agarrados por sus presurosas madres, que ya son de mi edad en su mayoría; decididos
hombres de negro, vacilantes mascotas presas de sus dueños… Encarna tiene ya la tienda abierta, echo de menos sus baguettes recién hechas, que me daban la energía necesaria para enfrentarme a los matorrales, machete en diente. En los próximos meses la “engañaré”, siempre a la hora del desayuno, con María y su atenta mirada cuando llego a la barra y le pido “lo mío”.
A veces camino ensimismado por esa maleza, tan fresca e inexplicablemente primaveral en este invierno, y me acuerdo de la “Mari” y su isla de ébano soñada. Siempre pienso que está bien, como siempre, llorando de la risa, imaginando otras vidas con emoción frente al mismo océano; si llego a un claro del bosque, veo a mi hermana postiza, esperando con paciencia a que se encienda una Candela, para enseñar a leer a la pequeña que crece en su vientre; en otras ocasiones, mientras mis pies me siguen a duras penas, la sangre del corazón se detiene por un instante para pensar en doña Pico, que sigue presa en algún lugar de esta maldita selva injusta, con sus rizos de oro enredados en amianto, luchando constantemente por zafarse, y huir por su vereda hasta el final, hasta ponerse a salvo; cuando el cielo purpurea, el viento desliza una V que huele a romero, y con la brújula de mi bolsillo descontrolada, enciendo un cigarro, y recuerdo a mi abuela.
Una vez, cuando ella ya no recordaba apenas mi cara, la sorprendí intentando enhebrar una aguja invisible con hilo invisible. Me acerqué y le pregunté qué intentaba. Sobresaltada, tiró al suelo la aguja sin querer, y comenzó a buscarla. Cuando recogí la aguja invisible para ponérsela en la mano, me miró directamente a los ojos, y con un gesto de desaprobación me retiró la aguja con un débil “¡Anda ya…!”. Luchó tanto en esta jungla que su memoria la abandonó. Mi madre, su hija, me roba todos los días unos minutos, para aleccionarme acerca de todas las barreras que el animal del bosque le ha hecho superar hasta el momento; mi hermana, la de verdad, ha tomado muchos caminos en este laberinto natural, en algún momento perdimos contacto por radio y ahora tiene otro machete en sus dientes, y me acompaña más que nunca apartando la hojarasca.
Por fin llego al refugio. Hay leña suficiente para toda la noche, y el monstruo de ahí afuera no me podrá encontrar aquí. Con las brasas de la chimenea, iré trazando las iniciales de todas las mujeres que conozco, para celebrar su día. Con el movimiento lento y pausado del recuerdo, nunca se apagarán…

jueves, 23 de febrero de 2012

La danza de las energías








En este salón de baile están inscritas todas las especies humanas posibles. La danza comienza con rabia y problemas inflados como globos, que más tarde se esfuman en el cielo de las tonterías. A pesar de que detesto alejarme de la luna, era bueno acercarse al sol de la cruda realidad que nos rodea, para gritar fuerte que no podrán con nosotros. ¿Qué es eso de que ya no pensamos? ¿Es acaso cierto que nuestras cosas materiales son amadas y nuestras personas más queridas son usadas? ¿Sería lógico pensar que un hipotético fin del mundo consistiría en la destrucción total de los valores? Mientras “nuestros” políticos no nos protegen, dejándonos en manos de auténticos orcos con porras, nuestra lucha puede tomar tantas formas como colores existen. Unos toman la calle, otros inventan desde casa. Hay adolescentes que toman el centro de la pista, y abuelos que vieron morir a todos sus amigos hace años; hay personas que te llenan de energía nada más conocerlas, hay tanta gente que merece la pena, que parece una mala pesadilla que las minorías radicales retrógradas estén llevando el paso.
Me niego a pensar que don Dinero es el dj de esta fiesta. La música no deben ponerla los mercados, sino esa gente que ensaya tres horas diarias a la batería, o aquellos otros que se llevan la guitarra hasta el baño, descartando una y mil veces la nada despreciable lectura de la parte trasera de un champú. El poder consiste en levantarte como un resorte cada vez que te tumba una imagen del telediario; reside en las mentes que no pueden dormir por la noche, porque no paran de imaginar ideas nuevas para el día siguiente; el poder se encuentra en nuestras borracheras de pura alegría, que igualmente, tienen mil caras: las de un hijo sonriente viviendo su disfraz, las de la risa atontada a la hora en que se cruzan las últimas máscaras con el personal de limpieza del ayuntamiento, o las de una chimenea encendida en una casa rural perdida.



¿Qué hacer? Gritar fuerte cuando paren la música. Este local no cierra nunca, e igualmente, nunca duerme. Siempre hay que tenerlo todo ordenado para la noche siguiente. Si aporrean la puerta con fuerza desde fuera, no hay que temer nada. Debemos enfrentarnos al miedo que atenaza nuestra sonrisa. Debemos fosilizar con nuestro aliento a aquellos que desean retornar al pasado, destronar a los impunes, destrozar edificios cuadriculados; castigar con nuestra indiferencia todo aquello que nos impida saltar. Dicen que hay un baile que representa una imagen vertical de un sentimiento horizontal. No se me ocurre una excusa mejor para ser un tanguista. El secreto de comer bien es importante, lo que sea que nos guste, dándole un sartenazo de fritanga al mismísimo Dunkan. Lo que sea, lo que sea, lo que sea; pero que venga, que venga, que venga.
El truco no está en madrugar más que nadie, en preocuparse más que nadie, en llorar más que nadie. El truco no es exigir, ni mentir, ni decir por decir. Ni aparentar, ni despreciar, ni pisotear. El truco ni mucho menos es humillar, tampoco robar, tampoco imponer, ni esconder, ni manipular.
El truco sencillamente, es que no hay truco. La vida, es y debe ser, verdadera magia.

viernes, 10 de febrero de 2012

Hoy he visto a Juana








Había desterrado por completo de mi memoria lo hermoso que es Olivenza. Hace dos días fui a un taller y a su término, mientras mi cuerpo se adaptaba de nuevo a la calefacción del coche, iba observando con la curiosidad de un niño sus calles, su arquitectura blanca, su aire portugués sin decadencia. Los pasos de cebra no son simples líneas gruesas y milimétricamente separadas, sino originales mosaicos con dibujos rectos y en serie. La noche helada caía con ferocidad cuando arranqué y me dispuse a volver a casa. Entonces volví a verla. Al girar en una abertura que reconocía, tras recorrer unos metros, me la encontré de nuevo sola, iluminada, en medio de aquel frío horrible, en aquella plaza abandonada. Y de pronto, comenzó la conducción automática, porque mi cabeza volvió cinco años atrás sobre sus pasos, supongo yo que para frenar el ritmo y meditar. Lo primero que pensé fue en el tiempo que hacía que no salía del quiste en el que se ha convertido Badajoz. Después, tuve que rectificar la ruta porque me equivoqué de carretera. Ahora era seguro, mi cabeza estaba volviendo a casa tras una clase en la escuela de teatro: "En diez minutos atravesamos Valverde de Leganés; después llegamos a la Albuera, y de ahí hasta que nos incorporemos a la autovía. El resto hasta Mérida es fácil".


Cuando retomé el camino correcto, seguí pensando. Recordé un descanso en el patio interior, alrededor de un pozo inutilizado que lo presidía. La guitarra sonaba alegre, el sol era brillante pero no calentaba. Acabábamos de desayunar en la pequeña cafetería y no nos apetecía entrar en la clase de José Luis. Recordé la excusa que le dije a Pedro para justificar que no me supiera el solfeo: “Yo creo Pedro, que la música es para sentirla, no para estudiarla…”. Pensé en el camino hacia el conocimiento de un personaje, los músculos alternando relax y tensión en el método Stanislavsky, el fascinante bipolarismo de Miguel, la sonrisa etrusca de Amparo, y la mirada profunda y eterna de Carmen. Pude verme haciendo un mortal hacia atrás con ayuda, dando vueltas a la clase con las rodillas sin flexionar, amando apasionadamente, actuando al lado de una voz roja en un concierto privado, o interpretando una coreografía inventada por mí, en compañía de la canción más triste de Evanescence.
Me vi feliz. Sin estabilidad, sin dinero, sin futuro pactado. Pero feliz. Y felizmente me salté el primer semáforo que hay al entrar en Badajoz. Llegué a casa y abracé a la brujita verde que tengo en la mesilla de noche.
Hoy, he visto a Juana. La conocí hace tres semanas, me empapé de su desgracia pero no conseguía encontrarla. De modo que hoy, “al límite de mi ser, me descubrí corriendo…” hacia ella, porque ha estado a punto de volver a escapar. Sin embargo, no hay nada como tener la certeza que te regala saberte seguro, sentirte valiente, entenderte preparado, y anhelarte como nunca para agarrarte si otra oportunidad “te ofrece la posibilidad de un solo instante de duda razonable…”.